arrima el hombro
para remar en
la misma dirección,
todo el mundo también
cede y pierde algo
por el camino.
Recuerdan a frases
de líderes empresariales
que solo buscan
la meritocracia
de hienas hambrientas y egoístas,
pero no, nada que ver con eso.
Es una verdad tan auténtica,
que si no estuviéramos
significaría que estaríamos muertas.
Por eso me lo recuerda
cada vez que la saludo,
para reafirmarse y fijar
los pies al suelo
con todas las resistencias posibles.
Pese a las condiciones
y las canciones,
a veces sirve de consuelo
saber que por lo menos estamos.
Atrapadas por el cosmos,
las pesadillas quedan
como anécdotas.
Porque cuando estamos
hay que sentir que estamos
con todas nuestras fuerzas.
Por muy mal que haya ido el día,
cuando llegamos a casa,
con las nuestras,
deberíamos sentir el alivio
y la protección de sentirnos seguras.
De infantes, de adolescentes
o ya bien maduras,
la salvación tiene que estar en casa.
Aprovechar cada momento
no como si fuera el último,
sino como si fuera el único,
porque lo es.
La sensación de que con cada
pestañeo se acaba todo
siempre estará ahí;
las influencias y las repercusiones
del más puro presente
son susceptibles
de ser arremetidas o no.
Las claves pueden que estén
en las preguntas,
en las respuestas
o incluso en los silencios.
Está bien que nos rescanten,
pero también está bien
ser la salvaguarda
de la vulnerabilidad del resto.
A mí nunca me sabe a poco
cuando me lo tomo en serio.
Veo las oportunidades,
vislumbro los caminos,
tengo en cuenta las alternativas,
acojo los matices
y descubro los detalles
más insignificantes.
Dame una señal,
pero si no puedes,
la encontraré igualmente.
Mover el cuello rítmicamente
al son de la música
en medio de tanta gente
es de desvergonzadas
y de valientes.
Y hay que sentirse
muy viva para hacer eso.
Vaya chute de energía
cuando me responden
que están y no es poco.
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