pero no se me pasa
ninguna fecha señalada.
La famosa en que
no me cogí
el día como asuntos propios
porque los tengo
repartidos por convenio
por martillazo encima de la mesa.
Eso no le restó
ni un ápice de emoción
a cada detalle
que osó coger algo de
protagonismo.
Desde acudir
en transporte público
en hora punta,
hasta el típico
café para llevar,
pasando por la puntualidad
sagrada de nuestra rutina.
Y el testigo,
y la testiga
(porque me sale del coño),
y los vaqueros
con los que luego
me fui a currar.
También la camiseta de Neruda,
el Secreto,
la Firma,
y el Expediente por abrir.
Cogerte en brazos
y que me cojas,
la cola de un Registro
estéril y aséptico,
escaleras laberínticas
y un detector de metales
por eso de las apariencias.
Anda y que os jodan.
Qué guapo aquel
29 de septiembre
cuando nos reencontramos
en La Mariana por la tarde
para merendar
un bocata con una cerveza.
Y catapún chimpún.
Cómo me gustan
los días 29,
no por la ilusión de cobrar, no,
eso ocurre días más tarde,
sino por todos
los conceptos
que nos hemos inventando
y por esa colección
de términos que dan sentido
a cada paso que damos.
Me acuerdo de la ropa,
del olor
y de los nervios.
Recuerdo los peinados,
las palabras
y los transbordos.
Otro día
en el que quedarse a vivir
sería una opción
más que razonable.
Ayer fue 29 de septiembre
y significa lo que significa
para nosotras,
pero no es el único.
Es nuestro modus operandi
y es nuestro
precisamente
porque del guión
no se encarga nadie
más que nosotras.
Insisto,
nosotras.