a las nueve de la tarde
e inmediatamente se olvida del film
para poner el foco
en que es de noche.
Un mundo nuevo para él
al que no está acostumbrado.
Para alguien que se acuesta
todavía con luz solar
y te pregunta si el resto
de personas también
se están yendo a dormir,
es algo sorprendente y desconocido.
Le pregunto por la peli,
pero él solo se fija
en el trasiego de un
sábado por la noche.
Con los ojos dilatados
como los de un gato,
recuerdo que él suele contar
que sus animales preferidos
son los nocturnos.
Por algo será
el hecho de que siempre
nos atraiga
lo que más inaccesible
nos resulta;
nos seduce lo inalcanzable
aunque luego descubramos
que no era para tanto.
Ensimismado en el bus
de vuelta mientras
buscaba la luna,
yo le sacaba tema de conversación
y él solo pensaba en cenar
y seguir jugando
aunque fuera de noche.
Esa ilusión de infancia
tan concreta
y que tan pronto
se nos olvida de mayores,
qué envidia.
Pero me conformo
con todo lo que me dicen
sus ojos,
una cascada de emociones
tan explícitas
como cuando saltas al río
y sientes que el agua está helada.
Al final consiste en estar despierto,
atento, alerta,
pero en el mejor de los sentidos.
Para eso también hay que valer,
tienes que saber ver
donde a priori
no se ve nada;
el arte de entender
y dar cobijo
a todo lo que suceda
con la inmensa importancia
que se merece:
la de un niño pequeño
descubriendo cosas nuevas.
Bajamos del autobús
y paseamos por las calles
del barrio con la mano dada.
Alucinaba con los escaparates
iluminados de algunas tiendas
que se se sabe de memoria,
pero solo de día.
Quería hablar y contar,
así que yo solo quería
mirarle y escuchar,
porque momentos
de apertura tan conscientes
no hay muchos que digamos.
Así que cuando llegan,
los cojo como a un recién nacido
y mi cuerpo se mezcla
con el suyo
mientras pienso
que lo tengo todo
y que me podría morir tranquilo;
pero resulta que no solo
no voy a morirme,
eso eran cosas de adolescente,
sino que pienso vivir
fuertemente
para el chocarme frontalmente
con este tipo de momentos.
Subimos las escaleras de casa
como si estuviéramos
volviendo de una noche ociosa
y llena de victorias,
para abrir la puerta y contarle
a mamá todo lo que
habíamos vivido.
Cenó un perrito,
hizo pis
y se fue a la cama
sin lavarse los dientes,
otro triunfo
con el que no contaba.
Me subí a la cama de arriba
y antes de que terminase
la canción de nuestras vidas,
ahora también de la suya,
ya respiraba fuerte,
como satisfecho y conforme
de todo lo acontecido.
Quizá de mayor,
este día al que cualquiera
no le hubiera dado ninguna importancia,
sea uno de los días
que ha sido capaz
de guardar en la memoria
y rememorarlo de vez en cuando.
_A Sky, él y yo sabemos el motivo_
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