y creí morirme
yo también en sueños.
La peor de las pesadillas posibles.
Se me jodió la noche
a bajas horas de la madrugada,
siendo consiente
de que no volvería
a dormirme.
Me levanté de inmediato
para acudir a su habitación
y meterme en su cama,
comprobar científicamente
que solo había sido un sueño
e intentar relajarme.
Pero ya nadie me iba
a quitar esa sensación de mierda,
de pérdida, de duelo.
Menos mal que al tocar su espalda
y sentir el calor de su tacto,
entendí que solo había
sido un mal sueño.
Incluso así,
no perdí el miedo
de la posibilidad
de que alguna vez le
pasara algo.
Tapé mi cara
con todo su cuerpo
y conseguí cerrar los ojos
en calma.
El vacío se fue
llenando de una realidad
que solo conocemos
él y yo,
el de las noches
con una intimidad exclusiva,
donde juntos
decidíamos dormir
o desvelarnos.
Ahora duerme del tirón
quitando alguna
fiebre inoportuna
o alguna pesadilla a deshora.
Pero seguimos manteniendo
el compromiso
de levantarnos
cuando todo el mundo duerme
para sentirnos únicos
e intransferibles.
Por eso
y pese a los malos sueños,
siempre será mejor madrugar
que dormitar azaroso
a lo que toque inconscientemente;
por eso,
para sanar un poco
física y mentalmente
solo tengo que hacer
un cambio de cama
y recogerme en ovillo
con un niño que es mi todo;
por eso
y pese al esfuerzo que supone
de desgaste,
prefiero desvelarme mil veces
a llegar tarde una sola vez.
En definitiva,
pase lo que pase ahí fuera,
lo que tengo dentro
me salva de todo lo malo
y de cualquier pesadilla
que se empeñe en desmontarme.
Creo morirme
cuando soñé que se moría,
pero en realidad sé,
que el concepto muerte
nos atraviesa la vida
aunque siga pareciendo
algo delicadamente lejano
y ambiguo.
No necesito ninguna excusa
para irme contigo a la cama,
pero me sobran los motivos
para no dejar de hacerlo nunca.
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