martes, 1 de noviembre de 2022

Madrugadas de partos y fiebres

La intensidad de la madrugada.
Cuando y donde ocurren
los desvelos
porque el día
ha resultado insuficiente.
En penumbra,
con la luz de la calle
entrando por las ventanas,
pasan un montón de cosas
en el silencio más absoluto.
En esta casa,
tanto los inicios preciosos
del parto
como las más altas fiebres,
se han manifestado
de madrugada.

Porque nos caracteriza
vivir más de noche que de día,
llevábamos años cantándolo.
No es un reproche,
es una bonita causalidad
para que las casualidades
se den con la salida del sol.
Porque sabe mejor
y estamos en alerta.
Porque nos hemos acostumbrado
a hacerlo de noche.
Os preguntaréis el qué.
Pues casi todo,
se nos da bien la vigilia
y el plus de nocturnidad.

Tanto con el primero
como con la segunda.
Por eso nos acostamos
tan temprano,
para estar listas 
en un par de horas
con todo lo que tenga que venir.
Espectáculos en la sesión golfa.
La magia prohibida
durante la lucha incesante
de la estrellas
por hacerse ver
en un mar de farolas.
Es justo aquí
cuando nos gusta salir
a cazar.
Cazar nazis e infecciones graves,
para que cuando amanezca,
tengamos todos 
los deberes hechos
y la satisfacción por las nubes.

La lívido ya para dentro 
de unos años.
Ahora nos toca hacer yoga
en vertical
y controlar la respiración
alejadas de colchones.
Dan igual lo que nos deparen
las hora siguientes,
somos inmediatas
y buceamos en el
mismísimo presente
con o sin oxígeno.
Así llevamos creciendo
unos años,
con lamparitas atrapa-sueños
y almohadas
que no esconden nada debajo.
Porque ponemos toda
la carne en el asador
en medio de un salón
que hace las veces
de habitación de matrimonio.

Pese al sufrimiento, al cansancio
y a la procrastinación,
hemos aprendido
a relacionarnos con sombras,
entre el eco de sonidos huecos
y esquinas asesinas.
Un ejército de mantas
y cosas que no están
en su sitio.
Porque entra en juego
el poder de transformar
el ambiente
para hacerlo acogedor
en horas intempestivas,
en horas en las que nadie
te piensa porque están durmiendo,
en horas en las
que los que somos 
más mayores,
ya no follamos ni de coña.

Palmadita en la espalda,
un vaso de agua
y el ruido del motor
del frigorífico.
Recuperamos el aliento
tras los sprints
y vuelta a empezar.
El reloj y su manillas
son irrelevantes,
solo piensas en que pase,
en que se le pasen los males
o en que te pasen todos sus males
para ser tú
quien los padezca
sin que tengan que darse cuenta.
Retorcida para no hacer ruido
y resultar victoriosa
entre carreteras
que nunca se callan.

No es fácil
te diría un cubano,
pero estamos más que preparadas
para desatar la lucha
con la que afrontar
las madrugadas.
Y de nuevas tampoco nos pilla,
por lo que ensayamos
nuevos experimentos
como si fuésemos científicas
de un laboratorio de sustancias peligrosas.
Es el día a día,
o mejor dicho
es nuestra noche a noche,
madrugadas teñidas de poesía
para adornarlas a tu gusto,
que para eso son tuyas.

Madrugadas de partos y fiebres,
capaces de lo mejor y de lo peor,
donde hemos equilibrado
el miedo y la felicidad 
para que no se nos olvide
ni lo uno ni lo otro.
Una jornada laboral
no remunerada económicamente,
pero de dónde sí que salimos mejores
que de una pandemia
llena de promesas vacías.
Habreas Corpus decía
'que no tuvierais el sueño tranquilo',
que razón tenían y tienen,
la diferencia y la condición
son las actitudes
con las que intentas combatir
la vigilia,
los cuidados
y todo lo que representa el amor
sin ni siquiera vernos la cara.

Madrugadas de otro planeta.
Madrugadas
que son las nuestras
y las abrazamos
como un tesoro
que no naufragará
en ningún océano inmenso.

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