una última semana
de luna de miel
y nos cogemos
el Covid en la ducha.
De risas y tiritonas
va el asunto.
Unas fiebres que me hicieron
recogerme en ovillo,
paralizantes
como cuando
te meten un susto,
sin opción a dar respuesta
con todo el dolor
que supone mover
un músculo.
Así que llega ella
y me pone un ejército
de mantas encima
para que el peso
alivie un poco el frío.
Me da un paracetamol
como si fuera
un aviocinto durante la comida
y pega su cuerpo al mío
para combatir la infección
juntas,
para compartir los pesares
por encima de cualquier
consecuencia.
Arrima su espalda a la mía
como la telaraña
que atrapa a la mosca;
me frota con sus manos
como si se tratase
de un radiador incandescente;
me hace preguntas
desde los cuidados
para que no me sienta solo.
Ella sabe cuidar
porque un día decidió
aprender a hacerlo,
o porque le viene impuesto
por el rol, el estereotipo y el prejuicio.
Sea como sea, lo hace
sin pensárselo dos veces
y recibo un amor y un cariño
socializante, envolvente,
terapéutico.
Yo llevo años
intentando ejercer lo mismo
con resultados dispares.
Porque nosotros deberíamos
cuidar, al menos,
como lo hacen ellas.
Una de las tareas pendientes
en cuanto a la igualdad
de oportunidades.
Así que lo intento
con conciencia de clase,
perspectiva de género
e ideología intacta.
A veces torpe,
cuando me inicio
en algún ámbito nuevo,
otras experimentado
cuando el tipo de cuidado
es anchamente conocido.
Equipararme a ella
no con un actitud
competitiva,
sino con la connivencia
de los aprendizajes
compartidos.
Desde el techo de cristal
que un día romperemos,
desde el mismo kilómetro
donde se inicia la marcha,
con el mismo recorrido
para ambas,
sin diferencias ni privilegios
para que cada una
llegue cuando quiera,
cuando pueda.
Y esperándonos en
las zonas habilitadas
de descanso
cuando sea necesario,
para coger aire e impulso
de esta rutina frenética
y a veces
poco amable.
Somos amigas y compañeras.
Personas equilibradas
que se complementan
y compensan
ante las adversidades.
Si tú eres la agredida,
seremos todas
las que saldremos
en tu defensa
para que el agresor
se convierta en presa.
Como cuando salen
los nazis de cacería
a por algún objetivo
pero al revés, justo al revés.
Ella me cuida
y de todo ello me nutro
es lo mejor que
me ha traído el Covid.
Pero no me hacía falta
que pasaran
dos años y medio
desde que empezó
esta pandemia para darme cuenta.
Nuestra historia
tiene más años
que los años
en antena del baboso
de Pablo Motos.
Y en nosotras
no se ha inspirado
un anuncio del Ministerio
de Igualdad,
pero hemos inspirado
a más gente
que cuota de share
tiene el hormiguero
¡Payasos!
Gracias por cuidarme/les/nos.
Eres ejemplo,
eres lección,
eres ética
y eres justicia.
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