de la semana 26;
aquella semana 26
que lo puso todo patas arriba,
cuando casi se nos sale
el corazón
además de la niña.
Aquel pinchazo
para acelerar el desarrollo
de sus pulmones
nadando todavía
en líquido amniótico
lo determinó todo.
Un miedo incontrolable,
invariable,
casi incuestionable,
para que luego te vengan gurús
del positivismo
que no le tienen miedo a nada.
La posible pérdida
del todo que era tu mundo
en ese momento,
y que por suerte lo es ahora
sin una coma de diferencia.
Y la distancia;
el no estar junto a tu hermano
mientras era cuidado
y acompañado
por otras referencias.
Un miedo demoledor,
incontestable,
legítimo e intransferible.
Ahora Galita se desplaza
sin prisa, con estilo, precisa.
Sabe dónde quiere ir
y por qué quiere ir.
Sabe cómo hacerlo
y además se sabe acompañada.
Ésta, es una bonita metáfora
de aquella semana,
solo que el control
no estaba en nuestras manos.
La buena noticia
es que se quedó
en una anécdota,
una anécdota para toda la vida
que ojalá no hubiéramos
experimentado.
Porque no,
no es necesario sufrir
para sacar nuevos aprendizajes.
No, no es necesario
pasar miedo
para ser consciente
de lo que realmente te importa.
Y no, no es necesario
que le pasen malas cosas
a la gente
para en comparación,
sentirte afortunado.
La semana 26
fue una compilación
de amor, sufrimiento
y ganas por seguir existiendo.
Una habitación
para nosotras solas,
las tres,
con ruidos de máquinas
y matronas cada dos horas.
Yo hacía el turno de mañana y de noche
con descansos
para levantar al cachorro,
llevarle la cole,
recogerle por la tarde,
jugar a muerte
y una vez dormido
por la noche,
vuelta al hospital
para estar con mamá y la hermana.
Me acuerdo especialmente
del jueves,
cuando fue a verte
después de tres días de exilio.
Tú en bata
y el desorientado,
os abrazasteis
como lo hicisteis
en el día de su nacimiento,
con pureza y sin
ápices de rencor.
El viernes me reincorporé
al trabajo
tras consumir
los cuatro días por ingreso
que me correspondían.
Pero esa misma tarde,
sabía que nos reencontraríamos
en casa
para hacernos ovillo
y oler os todo el
fin de semana.
La semana 26
fue un antes y un después
para todo.
Transitar en una alerta
continua
como la mujer
que vuelve a casa
sola y borracha
mira asustada
a la acera del frente
por si estuviese
alguna sombra acechando.
Pero finalmente,
todo salió bien,
no porque la gente
te animara con mensajes
políticamente correctos,
sino porque luchamos a muerte
para conseguirlo.
Y nuestro resultado
no fue muerte,
pero cuántas históricas antes y después
que las nuestras
lo habrán sido o serán.
Os acompaño a todas
desde la experiencia
que tuvimos
y desde la empatía
de lo que significa
albergar y recibir
a un hijo, hija o hije.
La semana 26
es mi hija
queriendo nacer prematuramente
por motivos que desconocemos
para acabar haciéndolo
el día de mi cumpleaños,
dos días después
de salir de cuentas,
dándome en la mano
la sentencia dada,
la que resume nuestro
contrato vitalicio
de no separarnos nunca.
No le deseo a nadie
una semana 26,
pero si sirve de algo,
aquí estamos,
a puntito de cumplir
9 meses,
sin pendientes en la oreja
y con unos rizos excelsos.
La semana 26 es Gala
y su esencia,
trazas de la personalidad
que va configurado,
y cachitos de sus expectativas
en este planeta
que no se lo pondrá fácil,
pero por el que seguro
surfeará convincente
por todas las injusticias
para hacerlas más justas.
_A aquella fatídica semana 26_
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