No me refiero
a la siesta
de los findes
en camada
y despojadas
de cualquier obligación
hogareña
o miedos de la calle.
No.
No me refiero
al colecho dominguero
que nunca hicimos
'de pequeñ@s'
en un salón
asediado de animales.
No.
No me refiero
a la siesta que elegimos
para recuperarnos
y cogernos más tarde
con inmensa fuerza.
La siesta forzosa
de la tarde
a la que me refiero
es la de un lunes
cualquiera,
donde exhausto
y la límite,
apoya lentamente
la cabeza
en un cojín
y se queda dormido
en cuestión de segundos.
El ronquido que exhala
es el de un cuerpo
que no tiene 3 años
con demasiadas horas
de exigencia despierto
¿Sabéis por qué?
Porque su cole
no ofrece la siesta
o descanso
a quien lo necesite
escudándose en el Covid.
Otra vez que
sale rentable
el puto virus
para camuflar
nuestra mediocridad,
pero ¿queda alguien
que se lo crea todavía?
Mirad,
prefiero que me digáis
que éstas son
nuestras líneas rojas
porque no os da más
la pedagogía.
O que reconozcais
que os la sudan
las etapas del desarrollo
y que vais por libre
como manda la tradición.
Pero no os riais
en mi puta cara
intentando convencerme
que dormirse,
transmite peligrosamente
el Covid.
Para mí es fácil.
Quién/quiénes
hayan tomado esa decisión...
...a la HORCA;
dicho de otra manera,
quién/quiénes hayan
tomado esa decisión...
... DIMISIÓN.
Mientras escribo
pienso en cómo
se le caía la baba,
en su cuerpo
casi inerte,
en su respiración
apagada.
Pienso en cómo
intenté despertarle
a la hora
de haberse dormido
y en cómo su peso
hacía las veces
de materia muerta.
Le chantajeé,
en pretérito,
con ponerle la tele,
con darle gusanitos,
'con perdonarle el baño',
pero él no está
acostumbrado a los chantajes.
Así que decidí
dejarle a su antojo,
a lo que necesitase,
a cubrir todo lo que
no le habían dejado cubrir
en el cole de mayores.
Mamá llegó a las 20.00
y no pudo más que sonreír
sobresaltada
al verte dormido
entre pena y diversión.
Te habías pasado
la tarde soñando
mientras papá
adelantaba tareas de la casa
con un sufrimiento innombrable
por verte incapaz
de abrir los ojos.
Te despertaste desubicado
para cenar con mamá y papá.
Poco a poco fuiste
cogiendo tensión
para afrontar una tarde
que ya se estaba acabando.
Papá se fue a dormir
derrotado
y sin rumbo.
Ni la tele,
ni el sofá
sirvieron
para aplacar tu insomnio,
lógico por otro lado.
Ésta vez yo,
el desubicado,
me levanté a las 23.00
tambaleando cada miembro
como podía.
Al ver la fiesta,
me enfadé,
te grité,
te cogí con brusquedad
y te llevé
a tu cama de 90.
Con un llanto leve
e incomprensible
por tu parte,
caíste en 10 minutos
y papá contigo.
Al despertarme de madrugada
le pedí perdón
a tu subconsciente,
te besé fuerte
y repetidamente
como si de una despedida
se tratase,
y me marché
a mi habitación,
con mamá,
más derrotado
de lo que me había
acostado antes.
A las 06.00
el despertador
y el arrepentimiento,
la culpa
la deshonra.
No supe hacerlo mejor
pero para la próxima,
estaré a la altura.
Ya por la tarde
te pedí perdón
a la cara,
mirándote a los ojos
como si estuviera
inspeccionado un planeta.
Te abracé como
la personas
que tiene que
ser abrazadas.
Por suerte y por desgracia
me acordaré siempre
de esa siesta.
Que nos sirva,
que te sirva,
pero sobre todo,
que me sirva
ya que seré
yo siempre
el que quiera
acompañarte.
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