viernes, 29 de octubre de 2021

Con la cabeza en el plato

Mi hijo se ha vuelto
a quedar dormido
en el comedor.
La denominada siesta
del segundo plato,
cuando desfalleces
entre el primero
y el postre.
Este es el elemento
tortuoso que
le ofrece su cole.

Que si falta de recursos,
que si el puto Covid,
que si a nivel organizativo
es imposible,
y todas las partes
implicadas pasándose
la pelota
y las necesidades evolutivas
de los niños y las niñas
por el forro.
Así que solo
les queda meter
la cabeza en el plato
y mojarse el pelo
con alguna salsa
a la que olerán
toda la tarde.
Porque claro,
no pueden ofrecer siestas,
pero si pueden permitirse
que l@s más pequeñ@s
caigan como moscas
en platos de sopa.

La tarde la pasó fenomenal.
Ese punto muerto
que experimentó
en el segundo plato,
le hizo resurgir
de las cenizas
y casi resetear
por completo.
Luego me di cuenta
que fue un espejismo.
Jugamos a las casitas,
a que venía el lobo,
a los puzzles,
a los muñecos,
a clasificar las 
joyas de mamá,
hasta que llegó
la hora del baño.

Tras el baño la cena,
la que ya no pudo soportar,
almacenando la comida
en la boca sin 
llegarse a tragar
ni una sola migaja.
Y papá,
que una vez más
no leyó bien
la situación,
papá se enfadó. 
Ese papá soy yo,
no voy a eludir 
mi responsabilidad
escribiendo
en tercera persona
Así que me enfadé,
me enfadé mucho.
Le grité,
le "amenacé",
di un golpe en la mesa.
Él solo miraba
sin entender nada.
Corrían por sus pómulos
lágrimas solitarias
con más pena que rabia.
Debió pensar:
"¿quién es este?",
mientras yo pensaba
en el puto colegio
y otra vez
se me iba
la situación de las manos.
Otra vez.

Retiré el plato de la cena,
ese mismo
que a lo mejor mi hijo
piensa que hace
las veces de almohada.
Le lavé los dientes,
le dije que hiciera pis,
todo más dirigido
que un campamento 
de verano
y le dije que se tenía
que ir a dormir.
Eran las 19.30.
Se acostó con la inercia
de quién sólo
acata órdenes
y le arropé.
Me fui sin darle
un beso ni desearle
buena noche
dejándole
la puerta entre abierta,
simbólicamente,
entre cerrada.

A los dos minutos volví
más que arrepentido
para abrazarle y darle
un beso,
para darle una
explicación si le apetecía,
para pedirle perdón
por los errores,
por los putos errores
que no dejo de cometer.
Pero ya era tarde.
Se había dormido
con su mano
rizando el pelo.
Todavía respiraba
fuerte y agitado,
con esa angustia
que tapona la nariz
y la garganta.
Le miré
y me cagué 
en mis putos muertos
mientras apretaba
fuerte los dientes
para hacerme daño,
para sentir alivio
a través del dolor
autoinfligido.
Pero no sentí
alivio,
sólo remordimiento
y esa sensación
de haberla cagado
de nuevo.

Las 19.35
y me fumé 
dos cigarros más
que seguidos,
inhalando fuerte
la culpa
sin capacidad
para poder
sacarla.
Sólo podía llorar
al cachorro
y malpensar al colegio.
Estaba atrapado.

Llegó mamá
y al mirarme
lo comprendió todo.
Abrí la app de Robles
y redacté un mensaje
desde la impotencia
y enfado,
destinado
al jefe de estudios,
al hijo del gran puto
que forma parte
de la dirección del colegio.
Esa figura históricamente
rígida y autoritaria
que tan mala fama
se ha ganado a pulso.
Ese mismo al que
ya he escrito en 
varias ocasiones
para pedirle audiencia
y me responde 
con argumentos
estratégicamente evasivos.
Ese mismo
al que le hubiera
cruzado la cara
en ese momento pero,
violencia no pequeñ@s,
la violencia es inadmisible;
porque claro,
quedarte dormido
mientras comes
no es una forma de violencia,
es un herramienta educativa.
Me cago en dios.

Despacho el mensaje
dándole a 'enviar'
sabiendo que no
voy a hacer amig@s
precisamente.
Pero es que no
estoy aquí para
hacer amig@s;
estoy aquí para velar
por la integridad,
la dignidad
y el bienestar de mi hijo.
Pero tampoco me calma.
Sufro irremediablemente
por mañana,
porque vuelva a ocurrir
lo mismo,
porque no sea capaz,
otra vez,
de gestionarlo
como él se merece.
Y vuelta a empezar.

Ceno con la maestra
de mi vida,
la que por vocación
debería estar
ejerciendo
en un cole público
y no en una academia elitista.
Compartimos dolor,
pena y rabia.
La comida me sabe a mierda
y yo me huelo a mierda.

A la cama pronto
porque
no hay nada que celebrar,
como en el día
de la Hispanidad,
no tengo motivo
para seguir despierto
buscando consuelo.
Me acuesto
con más culpa que sueño,
así que me levanto en silencio
y me meto en la cama de Enzo,
arropándome hasta el cuello
y abrazándole
como si quisiera devolverle
con mi cuerpo
lo que previamente
le hemos robado,
entre todos,
más yo que nadie.
Le pido perdón
tropecientas veces,
otra vez,
deseando interrumpir
su sueño
y que me afirmarse
con la cabeza.
Pero también es demasiado
tarde para eso,
al menos esta noche,
donde le he vuelto a fallar,
donde he vuelto a ser
parte del problema
y no de la posible solución.
Porque el poder seduce.
Y ejercerlo contra
l@s más pequeñ@s
es más fácil que nunca.
Vaya cagadón,
me cago en mi puto padre,
como no sería sorprendente,
que él, quisiera cagarse en mí.
En términos más que claros,
cristalinos.

Duermo intranquilo
y nauseabundo.
Sueño rabioso
e iracundo.
Me despierto deseando el mal
y deseándomelo a mí mismo.
Pero luego me acuerdo
de lo bien que lo hago
la gran mayoría de veces,
la mayor parte del tiempo.
Y aunque eso sigue
sin resolver el problema,
me convenzo de que
en algún momento
puedo conseguirlo.

Lo siento joder,
esta sensación
es insoportable,
y efectivamente,
como me dijo
justo ayer una amiga,
a cada cuál, a cada uno,
lo suyo.
Llevabas razón.
No hay nada 
por lo que más sufra
en este momento,
que por esto que cuento.

Mañana lo volveré a intentar, hijo.

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