El primer ejercicio "democrático" oficial que ejercemos como ciudadan@s de derecho es el de la elección de un o una delegada en la etapa de La Primaria. Con la diferencia que aquí, a todo el mundo se le asignaba un puesto específico. Nadie quedaba relegad@ al desamparo o la soledad.
Los puestos pasaban por ser encargad@ y responable del mueble de la biblioteca del aula, a ser el que se ocupaba del mantenimiento y limpieza del encerado, hasta el/la que se encargaba de que el suelo no tuviera restos orgánicos.
Ésta última figura era la menos valorada. Tú, como un inquisidor, señalando al culpable mientras cuatro o cinco por detrás te tiraban bolas de papel a la cabeza. Se te quedaba la sensación de como cuando eras el último en ser elegido para el partido del recreo; era casi peor que aguantar en la boca aquel obligatorio líquido rosa en la boca una vez por semana: el flúor.
Mi caligrafía y ortografía, lejos de ser brillante, la aprendí y elaboré gracias a un tutor que me recordaba a mi abuelo. Se llamaba y se llama, Don Manuel, en concreto, Don Manuel de la Chía. La letra "ch", por aquel entonces, todavía se cantaba en el alfabeto. No me he vuelto a cruzar con un apellido así.
Era un hombre alto, toda una institución bajo nuestra mirada, algo encorvado y con los ojos de almendra. Aún con barba poblada, se le podía vislumbrar cuando nos sonreía, que era más o menos desde que nos recibía a primera hora, hasta que nos despedía por la tarde.
Recuerdo con especial ternura, un libro de no más de 30 páginas que nos mandó comprar para aprender y aprehender las reglas gramaticales y ortográficas del castellano. Lo releímos unas 5 o 6 veces y lo estudiamos muchas veces más, casi parecido a cuando te preparas una oposición hoy día.
Todos los días hacíamos un dictado que luego nos corregía el compañer@ de al lado. Algun@s tenían hasta 14 fallos, est@s eran a l@s que peor se le daba; otr@s, entre 7 y 12, la media general; y l@s más adelantad@s consiguieron no tener más de 4 fallos (pero siempre alguno). A final de curso ningun@ cometíamos ni un solo fallo quitando algún despiste típico de la edad.
En aquella época comenzábamos a experimentar nuestra sexualidad tocándonos el culo l@s un@s a l@s otr@s sin hacer distincción de género, sexo, cultura y religión (como manda la Constitución).
Jugábamos a balón prisionero, rescate o liebre; practicábamos coreografías de baile y nos confeccionábamos nuestros propios disfraces con la inestimable colaboración del maestr@ y de las madres.
Le teníamos pavor a las inyecciones y en nuestra primera clase de informática nos hicieron llevar disquetes para guardar la información.
En mi cole no había capillas ni cruces, pero teníamos huerto, el cual autogestionábamos entre alumn@s y maestr@s. A la Educación Física la podíamos llamar Gimnasia sin que nos regañaran, y en las tutorías cantábamos canciones y aprendíamos con libros obligatorios de Barco de vapor. En Inglés no recuerdo que dábamos, de hecho, ni siquiera recuerdo haberlo dado, pero estoy seguro que no tocamos ni el verbo to be.
Un año conseguí ser el niño que tenía ese cromo que nadie más tenía. En un bolsillo llevábamos con goma el taco de los "repes" y en el otro, los irremplazables (los intocables, solo exhibidos para fardar). Había verdader@s expert@s en el arte del yoyó y no fueron pocas las monedas que perdimos de los cordones que lanzaban las peonzas.
Para corregir la vista se utilizaban parches y si no teníamos balón, utilizábamos bolas de papel plata sobrante de los ricos almuerzos. Fuimos nosotr@s quienes inventamos el juego de 1, X, 2.
Nos dimos el primer beso jugando al conejo de la suerte, declarábamos la guerra jugando a sangre y todos los Lunes comentábamos las caídas del programa de los Viernes por la noche: "El Grand Prix".
Los papás y las mamás todavía nos llevaban al cole de la mano sin miedo a represalias y al acabar el día no había extra-escolares, solo partidas al alemán con culé, al que no caiga, o al rey de la pista. Manteníamos los churretes en la cara 24 horas al día junto con las rodillas desolladas.
No pretendo comparar lo que hubo con lo que hay. si os ponéis a pensar, seguro, que en la cartera de nuestros recuerdos lleváis a buen recaudo, a ese maestr@ de Primaria que os marcó (para bien) de por vida.
Casi seguro todos habéis tenido un Don Manuel como el mío, pero mi suerte fue que coincidí con el "De la Chía"
- A aquell@s maestr@s de Primaria
que perdurarán en el fino hilo de la memoria-
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