de otro portal
al verme acompañar
a mi hija de noche
camino a la escuela.
No era la primera vez
que nos veía
y tampoco la primera vez
que me halagaba.
Me pregunté si
para ella,
con lo poco que había visto,
era verdad que eso
significaba ser un buen papá
o fue solo por ser amable.
En todo caso,
la realidad es que
no es suficiente
con hacer la compra
el fin de semana,
llevarles a las extraescolares
o elegirles la ropa una vez al mes.
Veo a su madre,
es decir mi mujer,
y siento que me da mil vueltas
en todo,
no en un sentido competitivo,
pero sí en un sentido
consciente y cultural,
cargando con responsabilidades
que tiene que ser compartidas.
Cada día pienso
qué me corresponde
y adónde más podría llegar,
no solo por mi mujer,
sino especialmente
por la crianza de mis hij@s.
No me etiqueto en ningún lugar
pero sí que me considero activo
a la hora
no solo de rellenar huecos,
sino de crearlos de nuevas
y darles todo el soporte posible.
No creo que debamos
recibir felicitaciones
cuando de ellas
no se valora nunca nada;
considero que deberíamos
de ser confrontados
mucho todo el rato.
No debiera de ser sorpresa,
ni excepción,
ni reforzado en ningún caso.
Que estoy mejor posicionado
y mejor valorado
por el hecho de tener pene
es tan objetivo
como que todo
lo que se invisibiliza
consciente e inconscientemente
anula la realidad objetiva más absoluta.
Siento vergüenza y pudor,
injusticia y rabia,
asco y miedo.
Pero todo resulta
tan insignificante
al compararlo con
lo que deben de sentir ellas,
que me da hasta cosa reconocerlo.
Claro que soy un buen papá,
pero no porque me lo diga
una vecina random,
sino porque todos los días
combato mis contradicciones
y contento mi posición
de poder cultural heredada
por visibilizar la labor de otras.
Tenemos un problema
muy gordo, demasiado.
Y demasiada veces
se me escapa de la manos.
Por eso escribo tanto,
para elegir bando
haciendo propósito de enmienda
de todos mis horrores,
no los que padezco,
sino todos los que reproduzco.
Lo siento, estoy en ello.
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