y viajando lejos de ella
con todo el amor musical posible.
Tocó está vez
un pueblo de Salamanca
en el maravilloso entorno
de un cole público
llamado Miguel de Unamuno.
Habiendo desgastado el Norte
y las nostálgicas temperaturas,
a la pequeña cachorra
le tocó echar el ancla
y procrastinar su estreno.
Sin embargo el mayor,
con más experiencia y tablas,
se tragó la carretera de los pantanos
para no pagar peaje.
Llegamos hasta donde llegamos.
Casi con la misma emoción
de mi primera vez,
afronté el evento
lleno de expectativas,
abierto a las sorpresas
y genuinamente preparado
para cuando le llegase
el turno a esa canción
que no compusimos,
pero que hicimos nuestra
con códigos, leyes y normas propias.
El ritual constitucional de La Mariana.
Su emoción se basaba
en estar con sus pamadres
sin importar el motivo o la excusa.
Sabemos que esto tiene
fecha de caducidad,
pero hasta entonces,
que nos quiten lo bailao.
Le hizo ilusión el hotel,
lo que más,
pero luego se deshizo
en la feria
para llegar al éxtasis
en el concierto.
Unas pizzas en el
restaurante Castilla
para conmemorar
a l@s comuner@s
y una siesta de dos horas
con aire acondicionado incluido.
La tarde fue cogiendo forma
mientras vimos parte del ensayo
del advenimiento
de una noche-estribillo.
Colamos comida, agua
y una navaja,
por lo que pudiera pasar.
Saludamos a Richard,
el jefe del merchand
al que hace años
le hizo unas cuantas peticiones.
Adquirimos unas camisetas
para sentir la pasión
de la banda
y un amor adolescente
que sabe y huele a añejo.
Nos acordamos mucho
de la cachorra
y soñamos furistas
en su primera vez.
No viajamos hasta allí
para ver a los teloneros,
así que replanificamos
los pasos y pactamos
tres cacharritos.
Previamente hubo
una excursión de reconocimiento
para encumbrar un parque,
un par de souvenirs
y una iglesia modernista
con misa incluida.
No volvimos a comer nada más.
El escenario estaba montado
y la gente nos estaba esperando,
llegamos justo a tiempo,
como siempre.
Con el 5 de fondo
como sus años,
sonaron todas nuestras canciones,
las antiguas y las más recientes,
con las fotos
alumbrando el cielo de Castilla
y una estrella fugaz
que solo fue capaz
de ver él.
Experimentamos ese
momento que nos vuelve locas,
agarradas las manos
y los cuerpos volando,
con una sonrisa inequívoca,
sin equidistancias,
altruista y conectada
desde el útero,
desde la cuna.
Nos fuimos sonando la última
32 escaleras,
como las mareas,
a favor o en contra de ellas
según proceda.
Nos acostamos a las tantas
y amanecimos como siempre,
las primeras.
Volvimos a nacer,
hemos vuelto a vencer.
_A su segundo concierto profesional,
Rulo Y La Contrabanda_
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