En el curro me profesionalicé
acompañando
pero es que ya venía
acompañando extraordinariamente
desde hace años.
Nunca pedí méritos
ni reconocimientos,
para estos siempre
preferí un papel secundario.
Despacito y sin hacer ruido,
atento y preparado
para lo que viniese,
consciente y comprometido
con mi tarea
de mantenerme
al mismo paso,
delante para abrir el camino
o detrás para favorecer
la independencia.
No puedo evitar acordarme
de aquella casa de Navacerrada.
Yo también he padecido
la soledad del corredor de fondo
y no me refiero a los 2.300 metros
de la carrera popular del barrio.
Odio correr,
pero si se trata de acompañar
mi resistencia no se agota,
no se rinde,
no se resiente
valga la redundancia.
Sin entrenadoras ni coachs,
tampoco gurús ni líderes,
con mis mochilas
y mis uñas de colores,
pese al sol,
pese a la ausencia de la lluvia.
Porque así lo negociamos
para pactar
en un bar de barrio
el verano pasado.
En las decisiones adultas
no tienen porqué estar
presentes l@s niñ@s,
pero todo lo que planificamos
aquel día
fue para protegerles
y asegurarles su bienestar.
Así lo hicimos
y nadie ha salido
malparado.
El que acompaña
tiene un papel determinante
como lo tiene la persona
que acompaña a la mujer
que va a parir.
Si uno tiene que asegurar
que se cumpla
el plan de parto,
también tiene que asegurarse
que se cumpla
el plan de oposición.
Yo he cumplido esa función
varias veces,
tanto de una,
como del otro.
El que acompaña
es el soporte,
la cobertura,
el abanico de posibilidades,
el conducto de ventilación,
el de la red de alternativas,
el que diseña el plan B, C
y los que hagan falta,
el que cubre
los huecos
que se sienten vacíos,
el que asegura
el cumplimiento
de cualquier necesidad básica.
El que acompaña
debe cuidarse y ser cuidado,
quizá con otros tiempos,
con otros ritmos,
con otros matices distintos
en sus necesidades.
Es el copiloto,
el que no suelta la cuerda,
el seguro de vida,
la fuente de agua.
Soy experto
e inigualable
en dicha tarea,
como si fuera un rapero
imbatible lanzado beefs
a diestro y siniestro.
Soy el camino,
la línea,
la sombra,
la fe inquebrantable,
la montaña intacta,
el basto océano.
La disponiblidad absoluta
la batuta de la orquesta,
el mando de puesto
respetuoso,
el colchón antiguo
pero el colchón favorito,
los zapatos bien cuidados
y la pisada perfecta.
El que acompaña
reta a muerte a la soledad
insana de las que solo
buscan solidaridad
en el tránsito.
Un hueco inesperado
en la grieta megalómana,
un refugio inhóspito
en la hostilidad
de la tierra virgen,
un lugar donde apoyarse
en medio de la desestabilización
feroz y salvaje.
El que acompaña bien
no se sustenta
en la cultura del esfuerzo
y el emprendimiento,
el que bien acompaña
nada humilde
hasta en la trampa
más farragosa y umbría.
Acompañar y amar
son los únicos verbos
posibles
dentro de lo que implica
no sentirse sola,
incomprendida,
juzgada.
El que acompaña
se equivoca precisamente
por intentarlo
y padece las consecuencias
del que va delante.
Se resiente, se magulla
y grita en silencio
por no resultar molesto.
El que acompaña
es como la pinza
que se precipita
por la ventana
sin miramientos
pero que espera paciente
en el suelo
a ser recogida por alguien,
por algo, por todas.
El que acompaña
no busca la perfección,
sino la planificación correcta
de las condiciones
que posibiliten
al resto y a uno mismo
las oportunidades
óptimas y justas
para que cada una
se desenvuelva
como quieras y pueda.
Nos pasamos la vida entera
acompañando,
la suerte es sentir
que te acompañan
de por vida.
Ese quiero ser yo.
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