aunque tuviera
los motivos y mis razones,
pero las formas
se convirtieron en algo
confuso y desmesurado,
por lo que los motivos
y las razones
perdieron cualquier oportunidad
de ser atajadas.
Es donde fallamos constantemente,
en las formas y en los impulsos.
Son los que nos hacen
perder el control
y generalmente la buena praxis
de acompañar con respeto.
Me fui a la cama
y sopesé con malos sueños
todo lo que había acontecido.
La factura de las pesadillas
te suele poner en tu sitio
desde lo inconsciente
a lo que tiene relación
con la realidad más absoluta.
No había tiempo que perder
en lo que se refiere a
pedir perdón
y buscar el abrazo
que reconcilia.
El orgullo de las malas decisiones
o el rencor de tus propias
equivocaciones,
no conducen a ningún
sitio que resulte humilde.
A nivel práctico
es tan fácil pedir perdón
como cuando das las gracias
o pides las cosas por favor.
Pero a nivel emocional,
son demasiadas cosas
las que nos corrompen
que consiguen tapar
la humildad que nos hace falta.
Sanaríamos tanto
pidiendo más perdón
que no nos podemos hacer
una idea de todos los beneficios
que nos reportaría.
La pregunta es:
¿Por qué somos así
precisamente con las personas
que más queremos?
No tiene ningún tipo de sentido
cumplir con el ajeno
y defenestrar al que amas.
Ninguno.
Me gustaría ser recordado
con humildad
por las veces
que he pedido perdón
con humildad
a qué se me reconozcan
todos mis logros más individualistas.
Y también me gustaría
transmitir esa idea a mis hij@s;
la de dar las buenas noches
o depositar un beso en la mejilla
pese a todo el enfado que nos corroa.
Seguramente nos iría
mejor a todas, sin excepción.
¿Por qué nos cuesta tanto
rectificar, mirar genuinamente
o incluso con admiración
y valorar que no ha sido
la mejor de tus actitudes?
¿Por qué, joder?
Si nunca te he pedido perdón,
a lo mejor no te quiero tanto
como predico.
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