del momento
en el que tu mamá
te decía
que había que probarse ropa
para ver cómo te quedaba?
Esos zapatos nuevos,
rígidos e inflexibles,
mientras mamá apretaba
tu dedo gordo
para ver dónde te llegaba.
Cogerte el bajo del pantalón
con alfileres
para que no te perdieses
en la largura de la tela.
Colocarte bien la camisa,
hombro con hombro
y puños con botones imposibles.
Recuerdo aquellas imágenes
como momentos
poco deseables,
afrontándolos con pereza
y desgana.
Pero ahí estaba mi vieja,
quién si no,
haciendo cosas
que alguien tenía que hacer,
sin resignación
y con las tareas claras.
Pese a su horario comercial,
era ella quien me ayudaba
a terminar los trabajos de Plástica
(bien dicho, Educación artística).
O quién me limpiaba las orejas,
me cortaba las uñas
y dejaba la ropa preparada
del día siguiente.
Luego la cena,
comidas posteriores
y si no era muy tarde,
lavadora al canto.
Nunca me levanté antes que ella,
quién con su café americano
y la tele puesta,
planchaba montañas de ropa
casi de madrugada.
Generalmente era ella
quién me contaba el cuento
y con quién rezaba
las últimas palabras del día.
Ahora soy ateo,
pero le agradezco profundamente
aquel ritual
que replico con
mis propios hij@s.
Sus cuidados
cuando enfermaba;
sus abrazos
cuando tenía
que ser consolado
por magulladura en las rodillas;
su paciencia infinita
por saber justo
lo que necesitaba
en cada momento.
Era ella quien me hacía
el disfraz con retales
en carnavales.
Quien me llevaba
a cada cita médica
pidiendo permiso
en el trabajo;
un trabajo
que era el mismo
que el de mi viejo.
Quien compraba y envolvía
cada regalo que recibía.
Era quien se sentaba
a jugar conmigo
cuando madrugaba
cada fin de semana.
Quién me ponía el desayuno
y me acompañaba
como podía
mientras hacía
miles de cosas.
Quién me daba
el primer y último beso
de la jornada.
También era con
la primera que me enfadada,
precisamente por ser
mi principal acompañante
y mi referente.
El recipiente
que acogía todas
mis emociones.
Ahora soy yo el padre
y cumplo algunas
de estas funciones maternas,
pero todavía me queda.
Estudio y analizo
las maneras.
Lo intento y me equivoco.
Pero dispongo del mejor
marco teórico,
donde ensayo con tablas,
ejemplos y comparaciones.
Cada vez que observo
a su madre,
la de mis hij@,
me acuerdo de la mía.
Y pienso en todo
lo que me falta
para alcanzarlas,
a las dos.
Y lucho a muerte
por conseguirlo,
no por equipararme
desde el poder o la envidia,
sino por tener certezas,
la certeza de las cosas bien hechas.
Cuánto las debemos
y qué poco nos fijamos.
Está claro que hemos avanzado,
que los hombres y/o padres
ya cumplimos otras funciones.
Pero seguimos
a medio camino.
Quizá lo lleven dentro
o quizá ellas sean
más valientes,
no tengo la respuesta.
Lo que tengo claro
es que no quiero
quedarme atrás,
quiero ser ellas
sabiendo que nunca
podré ser ellas,
pero son mis referentes,
ahí no hay fallo,
ahí no me equivoco.
Voy a empezar por aquí:
- Hijo, ¿puedes venir
para que te pruebe
estos zapatos?
_A todas las mujeres
sean o no sean madres_
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