jueves, 29 de octubre de 2020

Mi jefa

A ella no le gusta
que la llame así.
Solo pretendo elevarla
al orden superior
del que procede,
desde el cariño.
Efectivamente
no es más jefa
que amiga.
No hay contrato
que valga
más que la trayectoria
de estos dos cursos.

Pese al mito,
la relación laboral
no se empaña
por el amor,
la confianza
y la transparencia.
Ni las mascarillas
ocultan el derroche
de admiración
y constancia.

¿Inmejorable?
Si, inmejorable
por encima
de las risas ajenas
y las envidias sanas,
si es que existen.

No me gusta utilizar
las palabras
criatura,
mochila, 
sostener,
porque carecen
de personalidad.
Tampoco utilizar
verbos en infinitivo
de primera y tercera
conjugación
como conceptos abstractos
y generalistas,
suenan demasiado
a coaching.
Ella lo sabe
porque se lo he dicho.
No sé si lo comparte,
pero me respeta
a muerte,
pongo la mano en el fuego
y no me quemo.
Y esa es la verdadera clave.
El respeto.
Nuestro hilo conductor
del que ramifican
otros adjetivos calificativos
siempre amables.

Cuando digo
que es mi jefa,
no estoy faltando
a la verdad
aunque las implicaciones
con las que la pronuncio
no las entienda nadie,
a veces ni ella.

Disfruto de las negociaciones
que nos llevan
a pactos donde nadie
pierde ni una "mijita".
Me callo, escucho
y aprendo
de sus observaciones.
Me fijo e imito
los movimientos,
los gestos,
el ACOMPAÑAMIENTO.
Pero lo que mejor
la define,
sin saber si soy
el primero en decirlo,
es su solidaridad,
una aspiración
que muy pocas cumplen.

Un día dije
que no iba a tener
más jefas que ella.
También dije
que no iba
a haber
otra pareja educativa
como ella.
Sin acritud,
me toca rectificar
por las sorpresas de la vida,
sin la boca pequeña
y con las manos abiertas.
Que se pare el tiempo.

Te pongo un 12.

_No ha pasado tanto desde el 17 de julio, a Bea_

Nota de autor: todavía no he publicado este y ya me has dado el título de tu próximo texto, "Desmontar y desarmar".

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