viernes, 31 de enero de 2020

PIN PAM PUNK

Que puto asco
acordarse
de los fachas
cada vez que meto
el PIN en el móvil.

El misticismo
de la nación.
La propaganda
irracional.
El anti-intelectualismo.
Me contextualiza
el relato
Jason Stanley.

Clases de caza
en Andalucía.
Suvenciones
para los toros 
en Madrid.
Y una contraseña
parental en Murcia
para acceder
a las formaciones.
Todo muy de hombres
como siempre.

Un PIN desgarrador
con la sexualidad
para que seamos
y sintamos
como ellos
quieren
que seamos
y sintamos.
Que huyamos
de las garras
comunistas, dicen,
mientras sus diputadas
mujeres dimiten
al encontrarse
con la verdad.

Luego está el PAM.
Disparos entre niñ@s
que hacen como
si fueran pistoler@s
a los dos años.
Así fue la infancia
de Abascal.
Viva el orden y la ley.
Viva la guardia civil.
Viva el rey.
Mientras salimos
drogad@s de discotecas
de polígonos
para "conducir"
hasta casa
sin saber
si algún día
llegará
o si privará
a alguien
de volver.
Pero la máquina
del fango
te dice
que tengas miedo
a los PAM
de una extinta ETA,
o a los PAM
de unas ajenas
Venezuela e Irán
que no sabes
situar en el mapa.
Que bien se lo
han estudiado.
Su carta magna 
el Mein Kampf.
Y un ejército
de cuñados
muertos de hambre
vasallos del patrón
que apuesta por
la explotación.

¿Hasta dónde
vamos a llegar?
Padres, Madres
e hij@s
enfrentad@s.
Herman@s deshermanad@s.
Amig@s en guerra.
Todo desconocido
es enemig@.
Comanchería.
Gente.
Comanchería.

Y por último
llegamos al PUNK.
Hordas de punkis
con olor a sobaco
o a perfume
de centro comercial.
Da igual,
pero punkis.
Es nuestra
única salida.
Acudir a misa
con una cresta
multicolor
y darnos cuenta
que no es
nuestro sitio.
Hace falta calle.
Hace falta punk.
Macarras por naturaleza.
Combatientes del PIN y el PAM
Somos PUNK
aunque
no seamos nada.

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