Que puto asco
acordarse
de los fachas
cada vez que meto
el PIN en el móvil.
El misticismo
de la nación.
La propaganda
irracional.
El anti-intelectualismo.
Me contextualiza
el relato
Jason Stanley.
Clases de caza
en Andalucía.
Suvenciones
para los toros
en Madrid.
Y una contraseña
parental en Murcia
para acceder
a las formaciones.
Todo muy de hombres
como siempre.
Un PIN desgarrador
con la sexualidad
para que seamos
y sintamos
como ellos
quieren
que seamos
y sintamos.
Que huyamos
de las garras
comunistas, dicen,
mientras sus diputadas
mujeres dimiten
al encontrarse
con la verdad.
Luego está el PAM.
Disparos entre niñ@s
que hacen como
si fueran pistoler@s
a los dos años.
Así fue la infancia
de Abascal.
Viva el orden y la ley.
Viva la guardia civil.
Viva el rey.
Mientras salimos
drogad@s de discotecas
de polígonos
para "conducir"
hasta casa
sin saber
si algún día
llegará
o si privará
a alguien
de volver.
Pero la máquina
del fango
te dice
que tengas miedo
a los PAM
de una extinta ETA,
o a los PAM
de unas ajenas
Venezuela e Irán
que no sabes
situar en el mapa.
Que bien se lo
han estudiado.
Su carta magna
el Mein Kampf.
Y un ejército
de cuñados
muertos de hambre
vasallos del patrón
que apuesta por
la explotación.
¿Hasta dónde
vamos a llegar?
Padres, Madres
e hij@s
enfrentad@s.
Herman@s deshermanad@s.
Amig@s en guerra.
Todo desconocido
es enemig@.
Comanchería.
Gente.
Comanchería.
Y por último
llegamos al PUNK.
Hordas de punkis
con olor a sobaco
o a perfume
de centro comercial.
Da igual,
pero punkis.
Es nuestra
única salida.
Acudir a misa
con una cresta
multicolor
y darnos cuenta
que no es
nuestro sitio.
Hace falta calle.
Hace falta punk.
Macarras por naturaleza.
Combatientes del PIN y el PAM
Somos PUNK
aunque
no seamos nada.
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