Me despierto feliz
y me acuesto
vacío de malestar.
Entre medias,
días de nervios,
mariposas
y éxtasis.
He pasado a la etapa
de la segunda adolescencia
ésta vez sin dolor
ni explosiones hormonales;
ahora no crece mi cuerpo,
sólo
se expande mi mente
para abarcar lo que
tanto años llevaba
deseando poseer.
Con tranquilidad astuta
e inteligencia reposada,
vuelvo en el tiempo
a los años donde
sólo se puede ganar,
al de las esperanzas
y las emociones inocentes,
al de llegar
y besar como si fuera
siempre la primera vez,
al de vernos enteros
en
una
misma
sola
cosa.
En esta ocasión,
sólo existe una diferencia
entre mi primera y segunda
adolescencia:
NO HAY DESPEDIDAS QUE VALGAN.
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