y tendieron nuestras manos
con pinzas de colores.
Escogieron cada prenda
con tacto, sobrias,
dándoles la vuelta
y aplicándoles quitamanchas.
Aquel día no fuimos a psico
a destruir el muro 🧱,
sino que impartieron
una clase magistral
de cómo tocarse
con el debido consentimiento.
¿Sabrías reconocer las manos
de tu madre a ciegas?
¿Podrías sentir las manos
de tu mejor amiga
sin saber que es ella?
¿Identificarías la de tus hij@s
tras una tela opaca?
Hicimos ese ejercicio.
Las manos son filosofía,
una canción, un poema.
Son un medio para
realizar el ejercicio
de hermanarse
a través de los gestos,
las arrugas, la memoria.
Es raro darle la mano
a alguien cuando
socialmente
no existe una excusa
para dársela.
Es tan íntimo como exclusivo.
Un acto que solo realizas
con unas pocas
desde que nacen
hasta que crecen
y comienzan a dar
las manos a otras
que no eres tú.
Aprendimos una
valiosa lección.
Jugamos a identificarnos
a través de las manos,
reflexionamos en torno
a sus posibles implicaciones
y nos hicimos las preguntas
pertinentes respecto
al consentimiento personal
de cada una.
Yo lo viví
como un punto de inflexión
por la apertura
que tuvieron algunas
para expresarse.
Dar la mano por primera vez
es como escuchar hablar
a alguien por primera vez
de sus más
profundos sentimientos.
Ahora bien,
igual que te hermanas,
cabe la posibilidad
de desermanarse.
¿Con cuántas personas
te tocaste y ya
no lo volverás a hacer?
¿Qué nos quedan
de todas aquellas experiencias?
¿Cuánto aprendimos a respetar?
Como decía antes,
fue una valiosa lección.
Gracias, coordis.
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