viernes, 13 de diciembre de 2024

¿Me rascas la espalda?

- Papá ¿me rascas las espalda?

Siempre le ha gustado
que le rascásemos la espalda.
Me recuerda a mi Tito,
el bombero, seguramente él responsable 
de mi interés repentino 
por las izquierdas,
las diversas y enriquecedoras
izquierdas.
Él siempre nos pedía 
que le rascásemos la espalda,
de cualquier manera,
imagino para sentir el tacto
de cualquier ser querido.

Mientras le acaricio
más que rascarle 
le observo la cara
y no tiene nada de niño,
o eso me parece a mí.
Solo seis años 
y sus tres primeros 
me parecen tres planetas 
inalcanzables.
Saboreo el momento
y me apena el pensar
cuando ya no nos 
toquemos así.
Yo no recuerdo
haberme tocado así con
mi padre,
insisto,
no lo recuerdo
aunque sí pasase.
En todo caso me parece 
una mierda no acordarse
de estas cosas
siempre que hayan sucedido.
Yo nunca he querido 
ser como mi padre,
pero sí espero 
que el quiera ser como yo
en algún sentido.

Mientras recorro 
su piel con la yema de mis dedos,
siento que aprieta la tripa 
para tirarse un pedo.
Y no le sale,
pero nos reímos 
un buen rato.
Es él quien me recuerda ahora 
que yo no puedo oler,
pero sí que podría escuchar
el mar de la playa con mis oídos.
Es él quien me descubre
que yo no puedo oler un caracaol,
pero sí que podría ver al niño
que está gritando 
que ahí hay un caracol
con mis ojos.
Para acabar su reflexión 
me dice
que yo sí que podría ver 
cómo se aleja un globo 
y cada vez se hace más pequeño 
mientras él ahueca sus manos
en la cuenca de los ojos
haciendo como si fueran
unos prismáticos.

Yo no contaba con escribir
este texto,
pero una vez más 
me paré a escuchar 
y me dice enseñaron 
algo nuevo,
otra vez mi hijo,
otra vez que mi legado
se construye gracias 
a sus pensamientos.

Le quité restos de la cena
de la comisura de sus labios 
con mi dedo húmedo de saliva 
y reconocí 
que no podría parecerse más 
a su abuelo y bisabuela materna.
Que la afonía 
la lleva de serie 
y que los movimientos 
de su boca están 
más que determinados.
Pensé otra vez
que ya no cabe entre
mis brazos,
que ya no es el niño
del que me enamoré,
sino que ya estoy enamorado
de otro niño más mayor.

Y da un pelín de vértigo,
pero también mucho orgullo
al detectar que has captado
un momento único 
que ya no borrarás
de tu memoria 
como tantos otros cientos.
Rascarle la espalda
es una especie de contrato 
no escrito
que tenemos con
nuestro hijo
y aunque se pierda,
el contrato,
no dejará de haber contacto.

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