en todos los sentidos.
A ratos, parecía
el Madrid del 38
con destellos cegadores
y ruidos mortíferos.
En esos primeros días
de vuelta,
en los que todo
parece ponerse patas arriba.
Emociones a flor de piel
y la fina línea
de las sensibilidades
por las nubes.
Ya no es solo
que cueste conciliar el sueño,
es que el cuerpo,
agarratodado y molido,
duele por los
cuatro costados.
También duele el alma
quien crea en ella
o quien considere
que la tenga,
y la pena te oprime
junto a la culpa
y a todas las posibilidades
que escapan a tu control
pero que sin embargo existen.
Afrontamos el más duro
de los inicios
sin estar preparadas,
porque aunque tengamos
las herramientas,
no estamos en esa
fase fluida
que nos permite
avanzar eficaces y firmes.
Por eso,
si nos entra el miedo,
dormimos en ovillo
haciendo tetris
en un sofá de salón
que hace las veces
de centro de acogida,
no por la institucionalización,
sino por sentirte acompañada.
Pienso en los días
de tormenta
en los que se negaba
a salir a la calle,
ell@s no, mi perra.
También en las veces
que he llegado tarde a casa,
no por impuntualidad,
sino por la rigidez
y explotación
de las horas de trabajo,
y el cachorro me espeta
que no quiere
que llegue,
como diciéndome:
tú no me has cuidado
esta tarde,
no vengas ahora
a pedirme un beso.
Pienso en el documental
que estoy escuchando
a unas horas
que nadie
debería tener el sentido
de la escucha activo,
en Namibia y sus desigualdades,
en la planificación
del tiempo de acogida
del día siguiente
que ya no es el día
siguiente,
sino el propio día.
Pienso en si ella
estará descansado
para afrontar
lo que le resta de jornada.
En los planes procrastinados
y en la pereza
que me da asumirlos.
Pienso en lo poco
que me queda
para salir a la calle
e iniciar las despedidas
de mi casa
y las separaciones traumáticas
de los niños y niñas
que estamos acogiendo.
Pienso en tantas cosas
que la cabeza me estalla
mientras me echo un piti
a las 04.00 am
sentado en la taza del váter.
Porque el veneno tóxico
que exhala mi boca
también se expulsa
como líquido contaminado
por mi ano.
Los nervios, las dudas,
las asperezas, también recorren
los intestinos,
hasta sacarlos fuera
y hacerte acopio de ellos.
Hay pocas cosas
tan agradables como
dormir al lado
de tus hij@s
mientras les tocas
la planta del pie
para decirles
en el más absoluto silencio,
que están a salvo,
que nada malo va a pasarles,
al menos,
mientras dure la tormenta
y la soportéis juntas.
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