Es lo que tiene
la capacidad de construir
frases cada vez más complejas,
que la madurez
ya no va solo contigo.
No es un reproche
ni una competición,
es un realidad temporal
con sus ciclos y sus fases,
que tiene que ver
con el tiempo del acompañamiento
y con la calidad del mismo.
Ahora lo quiere hacer
todo con su mamá:
dormir, comer, ducharse
e incluso jugar.
Una especie de victoria
a la que me sumo orgulloso
en sus celebraciones
y extenuaciones,
porque acompañar debidamente
también cansa hasta el extremo,
ni miedo ni vergüenza
en reconocerlo.
El caso es que le echo de menos
en las rutinas
en las que antes
me sentía más protagonista,
pero que al mismo tiempo
me subordino a sus decisiones.
Porque esto no va de
quién hace más,
sino de estar casi siempre
disponible para intentar
satisfacer sus necesidades.
En cierta manera,
lo que antes me parecía imposible,
ahora lo siento como
un corte del cordón umbilical
con el que se siente
con las fuerzas suficientes
como para despegar solo
y planear libre.
Se hace mayor
con cada semana que pasa
y eso no quiere decir
que me quiera menos
o que yo haya
bajado la guardia,
quiere decir
que ese momento ha pasado
y que se habilitan otros nuevos.
Así que me subo a la ola
y a sus modificaciones,
con todos sus nuevos matices,
para surfearla lo mejor que puedo,
lo mejor que sé,
para que quiera seguir
contando conmigo.
Llevamos meses
multiplicándonos,
que no dividiéndonos,
para intentar llegar
allí donde nos esperan.
Poco a poco,
sabiendo siempre
que somos la mejor opción,
cada vez con menos culpa
y con la honestidad por delante.
Aquí no hay segundos platos,
solo turnos
y oportunidades
que esperan ansiosas
su momento,
el de la presencia sin medias tintas,
el del acompañamiento puro,
el de la mirada sin disimulos
y el del amor a raudales.
Me conformo
con seguir saliendo
en tus dibujos
y con ser el abrazo
que te reconforte
las putas veces
que te vayas a sentir solo
en este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario