jueves, 11 de marzo de 2021

Tras vacunarme

Cuando el frío duele,
lo haga o no,
el frío,
objetivamente,
es un síntoma.
Yo jamás había 
sentido tal cosa
y aquí me encuentro,
en un salón silencioso
y a oscuras,
pero siempe 
se escucha 
algún coche 
en la calle,
en la ciudad
no deja de haber ruidos.

El titilar del cuerpo
como si fuera una estrella
que yace muerta
hace años
pero que todavía resplande.
Los pinchazos con alfileres
en cada movimiento
de tus músculos.
El delirio del viaje
derivado de la 
sensación febril
de seguir combatiendo
a toda costa.
Tengo ese empuje
y ese odio
hasta en los momentos
más frágiles.
Pienso y siento 
como "los malos",
en masculino
y sin entrecomillado.

Tumbado en el sofá,
he perdido la cuenta
de las mantas
y las almohadas.
Me las pongo encima
y sin sentido
como si fuera
el cuerpo
que un reo necesita.
Mi hijo me llama
entre sueños
mientras yo,
inmerso en pesadillas,
me levanto
consumiendo
las últimas fuerzas,
porque a un hijo
se le intenta
no fallarle nunca.
Anoche se durmió
tranquilo
mientras nos miraba,
a su madre y a mí,
sentadas en el suelo,
como se contemplan
las cosas divinas.
Mamá le cantaba
al tarareo de la ausencia
de las palabras
porque con apenas
dos años,
ya le hemos contado
casi todo
lo que queríamos contarle.

Retorno a la cama
a las 4.00 de la madrugada
porque no soporto
más el frío,
quién lo diría,
yo, que nací
en invierno
con manga corta.
Busco el calor
que emite su cuerpo
tierno, hidratado,
desgastado.
Y me lo da
sin pedir nada a cambio,
como siempre,
pero sin actitud sumisa,
sólo con el empeño
de los cuidados.
Porque así es ella,
independiente,
sensible
y fortaleza.
Porque para nosotros,
ella siempre será nuestra
primera y última opción,
los cuatro angelitos
que guardaban mi cama
cuando me dormía mi madre.
Se encaja
a mi fragilidad
y mis vergüenzas
como la última pieza
del puzzle
que has tardado
meses en completar,
sin juicios,
amable y delicada,
satisfecha.
Y te habla
como si llevara
toda la noche en vela,
con un tono
más que preparado
para acoger tus penas.
Por eso no desaparecemos.
Por eso siempre acabamos volviendo.
Porque no tenemos 
más respuesta
ni más patria
que ella.
Al único lugar
que nos vio nacer
para que algún día
podamos vencer.
Pero ya vencimos
demasiadas veces,
estamos más que colmadas.

A las 5.30
se oyen pisadas
de algodón, 
como quién transita
la selva buscando
una presa.
La solidaridad
de mi hijo
no tiene parangón.
Si fuéramos dos mujeres
y una niña
lo llamaría
sororidad.
Pide acongojado
su bibi
como quién pide
a gritos su ración
de vínculo.
Se lo da mamá
mientras papá
les mira
como leyendo
una novela.
Cuando acaban,
nos tumbamos las tres
haciendo el colecho
que nunca hicimos.
Él en medio,
se reparte juguetón
a partes iguales,
a la izquierda su madre,
a la derecha su padre.
Se mueve como
si estuviese buscando sitio
en el útero de la cama
hasta que ensarta
en nuestros cuerpos adultos.
Mamá y papá 
hacen el amor
sólo con los pies
como elementos
entrecruzados,
como si lo estuviéramos
haciendo a escondidas
en cualquier lugar
ajenas al mundo.
Aprendí a tocar
y que me tocasen
con los pies
con ella,
jamás se lo he permitido
a nadie más. 
Mamá incrementa
su respiración profunda
mientras el hijo
y el padre juegan
a tocarse con todos
los miembros
que nos sabemos.
Pero el sueño
no es capaz de inundarnos,
así que padre e hijo
nos vamos felinos
dejando a mamá
dormir unos minutos más.
Ya en la cama del cachorro,
el movimiento incesante
se resiste como el mar
que renuncia a su calma.
Pero sigue siendo muy pequeño,
así que una hora y media después,
sucumbe de nuevo
a su imaginario inconsciente
habiendo demostrado
que hasta en las peores
noches de las adultas,
ya se sabe preparado
para acompañar
el lamento,
la enfermedad,
y la nostalgia.

Me levanto
otra vez solo,
en una hogar lleno 
de vida
a seguir tomando mi café
y a por mi tercer
cigarro del día,
o de la madrugada.

La vacuna
y mis dolencias
sólo eran una excusa
para contaros
cómo es mi familia
y el porqué disfruto
tanto el día a día.
Desde el ego del que escribe,
si llegáis a querer
un cuarto de todo
mi despliegue,
vuestra vida,
habrá merecido la pena.

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