no significa
mirar hacia otro lado.
Entra al baño
medio corriendo
y a oscuras.
Me llama para
que encienda la luz
mientras escala
el sanitario.
Ya de pie
y apoyado en
el lavabo,
me sonríe confiado
por saber anticipar
el orden de la pasos.
Levanta la manivela
del grifo
y se moja
la mano derecha.
Le recuerdo que debe
hacer lo mismo
con la izquierda.
Lo hace y baja
la manivela
cortando el chorro
con intención
sostenible.
Con la mano derecha
presiona el dosificador
del jabón
mientras espera paciente
con la izquierda
el impacto de la sustancia.
Examina la escena
con mirada científica,
reflexionando el ensayo.
Las operaciones
obtienen el resultado
esperado.
Con un estilo
desmesurado
comienza el baile
de sus mano
como si me estuviera
enseñando, paso a paso,
la coreografía de sus actos.
Me mira
para que le imite
soteniendo
su independencia.
Le imito y lo hago
con la mirada
de estar aprendiendo algo.
Sincronizamos movimientos
como lo haría
el aprendiz del maestro.
Ésta vez hay dos espejos,
él mismo
y el del lavabo.
Una vez enjabonados
espero a que dé
el siguiente paso.
Y lo da.
Lo da como
el primero
que echa a correr
en el campo de batalla,
vigoroso y crudamente
preparado.
Vuelve a levantar
la manivela
y posa debajo
del chorro
su mano derecha
para sentir el tacto.
La deja inmóvil
estudiando el salpicado.
Le ofrezco
que se ayude con
su mano izquierda.
Entonces,
junta las manos
como si estuviera
haciendo un pacto.
Las entrelaza
y se acaricia
las partes periféricas
como si fueran
los barrios
de una ciudad
creciente en cuidados.
Caen desperdigadas
gotas corruptas
del juego anteriormente
desplegado
y miramos antentos
cómo desaparecen
para siempre
por el bote sinfónico.
Ahora soy yo
quien baja la manivela
dando el ritual
por finalizado
porque si por
él fuera,
se regocijaría
eternamente
en el agua y sus encantos.
Le pongo en bandeja
una toalla extendida
a modo de ofrenda.
Él apoya sus manos
y espera a que las tape
a modo de abrazo.
Una vez que nos sentimos
las manos a través
de la rugosa y áspera prenda,
aprieta fuertemente
las suyas
contras las mías
para que no me caiga
del barranco.
Y vuelve a mirarme
sonriente mientras
achina los ojos
cómo diciéndome:
"tranquilo Papá,
te tengo agarrado".
Cuando deja
de imprimir fuerza
entiendo que da
por terminado
ese momento
que socialmente
tenemos tan mecanizado,
pero que para nosotros,
sin duda,
es de nuestros ratos
favoritos
y privilegiados.
Decía al principio,
que lavarse las manos
no significa necesariamente
mirar para otro lado
¿entendéis lo qué os digo?
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