No lo había perdido,
sino que no había
sabido encontrarlo.
No me gusta
ser un despistado,
pero más que eso,
sufro por no prestar atención
a las cosas sencillas.
Toda la vida
escribiendo
sobre ellas
y a primera de cambio
me traiciono.
La incoherencia
que detestamos,
pero que sin embargo
arrastramos.
Lo reconozco...
Como escribió
un amigo,
soñé con que
otra persona
encontrara mi tesoro
y le dieron un uso distinto;
o lo leyera
y me pusiera cara;
o se inspirara
e influyera
en algunas de sus
decisiones aplazadas.
Pero prefiero
que esté de vuelta.
Pido perdón
por los daños
y los comentarios.
Porque al final
no ha sido verdad,
pero lo podría haber sido.
Llegados a este punto,
censuro sus
páginas en blanco
y lo doy por terminado.
Lo guardaré pegado
al VII
y antes que el siguiente,
recordando la anécdota
que,
por unos días,
no fue mío.
El octavo pasajero
se abre paso
entre las tripas
para acabar
con tod@s vosotr@s
y dejar la nave
desolada.
Perdóname.
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