de tus primeros pasos.
Aquel día,
mientras mamá aparcaba,
llegamos a casa
abrigados
como se merece
diciembre.
Sin despojarte
de ropa y calzado,
iniciaste la marcha
tambaleante
desde la alfombra
hasta la mesa.
Una distancia
de apenas dos metros
que supo a carrera terminada
con matrícula de honor.
Ese tintineo
como el titilar
de las estrellas,
el balanceo de un barco
llegando a puerto,
el equilibrio
del funambulista
para no caer al vacío
Jugar a la rayuela
sin saberse los números.
Atravesar airoso
las inclemencias
de la superficie.
Sentir las texturas
y apropiarse
de sus propiedades.
Todo eso ocurrió
en pocos segundos,
negándome a parpadear
para no perderme
las milésimas
de cada pisada.
Contuve la respiración
y abrí la boca
para compensar
la presión del aire;
y la piel,
en alerta,
abrió todos sus poros
desprendiendo ese olor
a cama recién hecha.
Inmediatamente,
sin razocinio alguno,
llamé a mamá
como si fuera
una llamada de socorro.
Ya estaba subiendo
las escaleras,
pero fue al día siguiente
cuando ella pudo verlo
por primera vez.
Fueron tus primeros pasos
y el inicio de caídas
más profundas.
Lo recuerdo
con muchísima ilusión
porque hoy día
cuesta mucho
recordar con ilusión.
Una semana antes
de cumplir un año,
tomaste la decisión
de dar tu primer paso
de manera autónoma
y sin agarres.
Hoy,
a una semana y pico
de cumplir dos años,
recorres la casa
con dos zancadas
sin la necesidad
de que nadie te mire
y con el hábito
de dormir del tirón,
porque para caminar,
hace falta soñar,
y no queremos
despertarnos.
_A tus primeros pasos, canalla_
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