Ese tren
de alta velocidad,
puntual como
un reloj de bolsillo,
caro por lo que
cuesta encontrarlo,
y tan rápido
que a veces
no te deja apreciar
el paisaje.
Es como ese tren
que creías
no fueses
a coger nunca,
y cuando entras,
te haces
pequeña y grande
al mismo tiempo,
con el corazón
en un puño
y las piernas
temblando.
No es tanto
la duración del viaje,
sino el itinerario
de pueblos
en los que paras.
Cada uno con
sus costumbres
y tradiciones,
con su sello
para el pasaporte,
con cada ritual,
puente y aprendizaje.
Pero también es como el avE.
Ese pájaro
que no deja
nada a la imaginación;
que vuela torpe
pero emocionado
por ese sentimiento
de emancipación.
Las aves migratorias
que se van
y acaban volviendo
más listas,
más justas,
más fuertes.
Animales que vertebran
lo escuchado
y lo observado.
Pían cuando tienen
que dar el golpe
en la mesa
y esperan pacientes
para cuidar la de enfrente.
Trayectorias
lo llaman algunas.
Con un plumaje
que poco importa,
establece dibujos
en el aire
de formas imposibles
y promesas que bien
merecen un rato.
La pura crianza
de machacar
carne cruda
en tu boca
para ofrecerla
en cachitos pequeños
en la suya.
Y por último,
pero no menos
significativo,
sino todo lo contrario,
avE.
Ese nombre propio
de mujer
escrito la revés.
Con la que no contabas
y a bote pronto,
aparece como
el hechizo de la Meiga,
como la vacuna
que nadie tiene,
como el refugio
que a todas nos falta.
Esa sensación
se conversar
a fondo perdido
porque el tiempo
no cuenta,
solo el peso
de cada palabra
pegando un salto
la vacío
desde su boca,
que recorre
invisible
la distancia
hasta la suya.
Qué envidia,
"de la buena",
diríamos.
El amor romántico,
los cantautores,
los estereotipos,
las pasiones,
la pérdida,
la enfermedad,
el exilio,
el confinamiento estricto,
el conocimiento,
el descubrimiento,
¿o es al revés?
Aquella tarde
nos fumamos 6 cigarros,
3 cada una,
un café con leche,
uno solo
y un poquito de azúcar.
Al tren.
Al pájaro.
A ella.
Feliz excursión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario