Nos sabes si catalogarlo en la sección de las "buenas noticias" o en la de los "desengaños". En todo caso, coherente de ti, abres el armario y te pones la ropa que tenías pensada para ir a fotografiar flores. Por supuesto no te afeitas ni dejas los pendientes encima de la mesa.
A pesar de "tener buena presencia" (entre comillas), sabes que te van a juzgar sin tu permiso; por ello respiras hondo, te miras el interior de las manos y sabes que no necesitas coraza ni disfraz, ni siquiera zapatos.
Llegas mucho antes de lo que se esperaba de ti dando así una lección de responsabilidad. Como no eres de protocolos, te montas en tu caballo y entras en el bar de la esquina. Muchas son las cosas que se te pasan por la cabeza, ninguna de ellas motivadoras de nuevas oportunidades. Cada vez te adentras más en lo que siempre luchaste por erradicar. Organizas el fin de semana mientras observas la multitud indiferente a tus reflexiones.
Sólo quedan 10 minutos para esa cita tan etérea. Pagas con una sonrisa y dejas de propina un guiño de ojo a ese camarero que ojalá, deseas, fuera tu evaluador. Pisas la acera mojada de lágrimas tristes de las caras más maquilladas y te enciendes un cigarro. Echas la primera calada y te guardas el humo para cuando estés sentado en frente del que decidirá.
Sales de la entrevista y se te ve el hoyuelo en la mejilla izquierda que grita al mundo, que con la experiencia de hoy, te has hecho más grande.
(el trabajo se lo dieron a otro)
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