Pretendo ordenar la habitación como el que coloca las braguitas de tu cajón. Me encuentro con el libro que una vez nos saludó y me siento observado por la foto de las miradas exiliadas. Estornudo con el polvo de la caja de zapatos, y de secretos, al mismo tiempo. Rompo aquello en lo que ya no creo y descorcho la pared intentado ver lo que fui. Pongo chinchetas a los regalos de este último año. En el calendario no hay días suficientes para tachar todo lo que me queda pasar contigo. Las velas se mantienen tan intactas como aquella noche de la ventana abierta en una ciudad cualquiera. Curo las heridas de la cama y forro el armario con entradas de conciertos a los que nunca fuimos. Las esquinas ya no se sienten tan solas, ahora les llega la luz. Tantos souvenirs de sitios que no significan nada en mi memoria...La mochila de la adolescencia grafiteada, la agenda de los aniversarios o el dibujo del amigo al que diste la espalda ya son historia a la que ni siquiera dedico un momento. El suelo tiene tantas grietas como errores he cometido...muchos, demasiados quizás. Ni un ápice de infancia por ningún rincón. La persiana sigue rota conocedora de mi miedo a la oscuridad. Restos de poesía por aquí y por allá, en realidad nunca necesité un mueble para acumularla. Películas que recogen mis frases favoritas y discos con acordes rayados de tanto escucharlos.
Llegados a este punto me pregunto: ¿Cuántas personas habrán pasado por esta habitación?
-No sé, pero ninguna como ella-