y encaramos el paso de cebra,
ella gira su rostro a la derecha
para encontrarse con
el imponente Pirulí:
"Uuuli, uuuli, uuuli"
canta con soniquete
al anticipar el vislumbramiento.
Está en esa época
en la que se expresa
con melodía, ritmo y volumen.
Un choque de monumentos
de lunes a viernes
donde me debato
entre lo social, cultural y lo político.
Que no nos engañen,
la crianza también es ideológica.
La perspectiva del Pirulí
cambia según bajamos
con nuestro segundo autobús
por la Calle Doctor Esquerdo,
siempre mirando hacia arriba
y haciendo como si quisiéramos
alcanzar la luna.
Cada vez que lo ve,
se asombra como si se tratase
de la primera vez que lo descubre.
Qué capacidad la dejarse sorprender
y emocionar sin compromiso
con nadie,
la de llamar a las cosas
y a las personas por su nombre
y la de escudriñar un simple detalle
como si fuera un trabajo de fin de grado.
También es una especie de juego
que nos hemos inventado,
una norma no escrita
y una rutina necesaria.
Un tip, un toc, un tick
que manejamos con libertad
entre las dos,
a nuestro antojo,
sin tener en cuenta a nadie más,
como cuando pasamos por un túnel
o compramos churros los viernes.
Nuestros códigos,
nuestras normas,
a solas y con intimidad
entre este mar de gente.
Me gusta la composición
de tu cara al verlo,
tu estilosa y delicada
anticipación sabiendo
hacia dónde tienes que mirar,
la comprensión de un padre
hacia su hija
sin que nadie se percate
de lo que está ocurriendo
es algo tan mágico
y extraordinario,
que si me lo pidieras,
te llevaría el Pirulí a casa.
Siempre formará parte
de nuestros primeros itinerarios,
de tus jornadas equiparables
a las mías,
del transporte público
que no gratuito,
que tanto tiempo
potencialmente aprovechable
me ha regalado.
Por los sitios comunes
y los lugares amables
que siempre nos recordarán
algo digno de ser recordado.
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