Damos de comer
por última vez
a las ovejas.
La "negra"
nos mira con la extrañeza
del que siente
que le quitan algo
que le había venido dado.
Un trayecto
de una hora escasa,
con peaje eso si,
porque los intereses
privados y económicos
también mandan
en los sitios
que te llevan
de un sitio a otro.
Una hora después
de llegar a Santiago
empezó a llover;
y no dejó de hacerlo
hasta que nos fuimos
dos días después.
Podrían ser
las lágrimas
de los caminantes,
las de su fe y sus promesas,
pero nosotras
no creemos en dios,
solo avalamos a Machado.
Compartimos noches
con tres gatos cinéfilos
e hicimos colecho provisional
veinte meses después.
Cuestas y calles
empedradas
que te llevan todas
al mismo sitio.
No es a Roma,
sino a la plaza
de Obradoiro,
dándote la bienvenida
un catedral
en continua revisión.
Ya no ha besos
ni cabezazos;
ni botafumeiros
que vuelen
a no ser
que desembolses
400 pavos
al arzobispado.
El dinero
casi todo lo puede,
sobre todo
por motivos
eclesiásticos.
Iglesias,
capillas,
universidades,
que se ven empañadas
por las franquicias
de souvenirs.
Una calle entera
de bares y restaurantes
sitiada por el nombre
de dos ciudades.
Y demasiada gente,
cada una con su motivos,
llenando el vacío
existencial de Santiago.
El parque de la Alameda.
Las Maruxas anarquistas
vestidas de república.
Y un árbol centenario
para el culmen
del matrimonio.
De Pontevedra
a Santiago,
Valle Inclán
sentado en un banco.
Me cuelgo de su barba
sabiendo que sus gafas
están de moda.
La lluvia no cesa,
persiste,
embiste indiferente
a las humanas pasiones.
Aguantamos,
asumimos el agua
como un bien necesario
alejado de negocios
de envases de plástico.
La navaja de Taramundi,
lo mismo que nos vale
para cortar fruta
como para rajar
un chubasquero
y convertirlo
en funda de carro.
Y otra vez nuestra comandanta.
Otra vez nuestro capitán.
Vinieron a aislarnos del frío,
la humedad y la religión.
Gracias se queda corto.
La Ciudad de la Cultura Galega
reproduciendo la almendra del casco,
repoblando el bosque gallego
y ecosistemas variados.
La bola gigante de papel
como SOS
medioambiental
y la tirolina
con la que nos despedimos
jurando volver.
Antes de conocernos
ya descubrimos Santiago.
Ahora con un hijo,
nos la hemos comido
con patatas
sin haber probado
el pulpo.
_A la ciudad de Santiago_
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