miércoles, 30 de septiembre de 2020

No hay tiempo que perder

El abrazo
del reencuentro.
Dan igual las horas.
Es indiferente
que hayan pasado tres
o doce.
Denota la misma intensidad.
Te lo recordaré
cuando llegues
a la adolescencia
por si quieres
volver a ellos.
Separarse
implica 
pérdida.
El sistema
y la cultura
lo refutan.
Y mis sentimientos
personales,
lo interpretan,
si soy capaz
de soportarlo.
Las horas
no cuentan
mi jornada laboral,
ni la "tuya",
sino que contamos
el incontable tiempo
de ausencia
de contacto.
Por eso,
durante el camino
de vuelta,
no existe
nada más
que el imaginable
momento
en que abres
la puerta.
Esos minutos
que pasan
y hacen
que sientas
que es tarde,
que nunca
llegas a tiempo.
Porque el tiempo
nunca será
suficiente.
Siempre
será mediocre
para todo
Lo que le exigimos.
siempre se
quedará a medio
camino
de todo lo 
que le pedimos.
Por eso
no rogamos
en las iglesias,
porque
no hay nada
más traicionero
qué decirle
al tiempo
que tiene dueño.
Infinito, dios, eterno.
Concepto
que empieza 
a matarnos
desde que nacemos.
Menos mal
que me quedan
estos abrazos.
Con qué fuerza,
con qué memoria,
cin qué resistencia
día a día
nos reencontramos.

lunes, 28 de septiembre de 2020

La balada del Pisuerga

 Cuando llegamos,
mi padre
nos estaba esperando
en el portal.
Ver al abuelo
es como comer
tu plato favorito,
como encontrarse
un parque por sorpresa,
es como el cuento
antes de dormir.

Aquellos días
dormimos
con el río
dentro de la habitación.
El sonido
de la corriente,
las piedras descubiertas
por el poco caudal,
peces, patos y sapos
llamando al despertar.
Cervera,
el puente
y la familia.
Las montañas palentinas
nada que envidiar.

Por fin vimos,
olimos
y fotografiamos 
vacas,
nuestro animal favorito,
nuestro apellido por relatar.
Una casa del Norte
que pudo ser.
Bailar con l@s abuel@s.
Jugar con la bibuela.
Descubrir un caballo al galopar,
coger el suyo de juguete
y empezar a simbolizar.

Brañosera
y el oso de madera,
primer pueblo español.
El berrinche de Aguilar,
las ocas y el paseo.
El Parador en lo alto
cruzando la presa,
horizonte por llegar.
El mirador de Piedrasluengas,
el arco iris 
y su mar de árboles.
El eremitario rupestre
para hacer botellón.
La iglesia de San Salvador
un euro la entrada.
El zumito en el campin
donde empezaba
la senda del oso
hasta el molino hidráulico.

Son algunas de las cosas que hicimos,
algunos de los lugares que visitamos,
siempre acompañadas,
esta vez por nuestras mayores
hasta que los huesos aguanten.

Doy por terminado
el ciclo de baladas
de este verano.
Que nos lleguen
pronto las siguientes
y me queden fuerzas
para escribirte.

_A mi familia_

domingo, 27 de septiembre de 2020

La balada del peregrino

 Damos de comer
por última vez
a las ovejas.
La "negra"
nos mira con la extrañeza
del que siente
que le quitan algo
que le había venido dado.

Un trayecto
de una hora escasa,
con peaje eso si,
porque los intereses
privados y económicos
también mandan
en los sitios
que te llevan
de un sitio a otro.

Una hora después
de llegar a Santiago
empezó a llover;
y no dejó de hacerlo
hasta que nos fuimos
dos días después.
Podrían ser
las lágrimas
de los caminantes,
las de su fe y sus promesas,
pero nosotras
no creemos en dios,
solo avalamos a Machado.

Compartimos noches
con tres gatos cinéfilos
e hicimos colecho provisional
veinte meses después.
Cuestas y calles
empedradas
que te llevan todas
al mismo sitio.
No es a Roma,
sino a la plaza
de Obradoiro,
dándote la bienvenida
un catedral
en continua revisión.
Ya no ha besos
ni cabezazos;
ni botafumeiros
que vuelen
a no ser
que desembolses
400 pavos
al arzobispado.
El dinero
casi todo lo puede,
sobre todo
por motivos
eclesiásticos.

Iglesias,
capillas,
universidades,
que se ven empañadas
por las franquicias
de souvenirs.
Una calle entera
de bares y restaurantes
sitiada por el nombre
de dos ciudades.
Y demasiada gente,
cada una con su motivos,
llenando el vacío
existencial de Santiago.

El parque de la Alameda.
Las Maruxas anarquistas
vestidas de república.
Y un árbol centenario
para el culmen
del matrimonio.
De Pontevedra
a Santiago,
Valle Inclán
sentado en un banco.
Me cuelgo de su barba
sabiendo que sus gafas
están de moda.

La lluvia no cesa,
persiste,
embiste indiferente
a las humanas pasiones.
Aguantamos,
asumimos el agua
como un  bien necesario
alejado de negocios
de envases de plástico.
La navaja de Taramundi,
lo mismo que nos vale
para cortar fruta
como para rajar
un chubasquero
y convertirlo
en funda de carro.

Y otra vez nuestra comandanta.
Otra vez nuestro capitán.
Vinieron a aislarnos del frío,
la humedad y la religión.
Gracias se queda corto.

La Ciudad de la Cultura Galega
reproduciendo la almendra del casco,
repoblando el bosque gallego
y ecosistemas variados.
La bola gigante de papel
como SOS
medioambiental
y la tirolina
con la que nos despedimos
jurando volver.

Antes de conocernos
ya descubrimos Santiago.
Ahora con un hijo,
nos la hemos comido 
con patatas
sin haber probado 
el pulpo.

_A la ciudad de Santiago_

sábado, 19 de septiembre de 2020

La balada de las Rías Baixas

De Zamora
a Pontevedra
todo cuesta abajo
con el cuello vencido
hacia delante.

Nos recibe
una paraje
de parras y maizales
más alto
que nosotras,
como el techo
que opaca
el horizonte marino
por descubrir.

Un hotel de pinos
con pensión completa
para comernos agusto
a nuestra comandanta
y a nuestro capitán.
Hicimos puerto
después de tantos años
de promesas
con un "Bam Bam"
más libertario
que desclasado.
Pactamos adaptarnos
a sus rutinas,
pero en realidad
fue él
quien se adaptó
a nuestras idas y venidas,
siendo otra vez ejemplo
y descubrimiento.

Conocer el mar
y tener la osadía
de llamarle "agua".
Pisar su líquido
frío e inabarcable
de la mano
de un policía
loco, humilde y rojo.
Probar el sabor 
salado del sudor
convertido 
en arena y conchas.
Las gaviotas
nunca fueron amigas,
pero su graznido indica
que cerca
está el medio
y la vía de escape
de miles de personas
que huyen
de demasiadas
cosas malas.
El mar no mata,
son los países
los que asesinan.
El mar solo 
acoge y convierte
la carne
en una oportunidad
para otros.

El caminito del infierno
a la playa del Silgar,
más amable con reyes
que con la gente decente.
Los órreos
con vistas al mar 
de Combarro.
La lápida 
de los "Charlines"
en Cambados.
Los "gaiteiros"
pontevedranos.
La lluvia y la fiebre
encerradas
en una piscina
climatizada.
Y los entrantes
de marisco
que no dejan
indiferente a nadie.

La copa de media noche,
el café solo sin azúcar
y decenas de céntimos
que tienen un valor
unitario.
El clima Canela,
la Lanzada sin lanzar.
Ni una vez
me puse manga corta,
el frío es 
para quienes sabemos
amar.
Nos perdimos
en las Rías
entre aperitivos
con deseos
de matar.
Deseé la muerte
a much@s,
no me equivocaba,
estaba con mi gente,
estaba en mi hogar.
Borrachera
de medicamentos,
náuseas y mareos,
jamás te vimos dormir más,
nos perdimos
día y medio,
ganamos calidad.

Sanxenxo
en gallego,
independientes mascarillas,
clandestinos conejillos,
las ovejas nos llamaron
al balar.
Comandanta, 
Capitán,
del barrio a la costa
rumbo al norte,
por fin los corazones
pudieron descansar.
Nos acordaremos mucho
de todo aquello,
y de que allí,
nos prohibieron fumar.

_A Sara, Rubén, Noe, Enzo y Sanxenxo_




domingo, 13 de septiembre de 2020

Echar de menos el barrio

 Echar de menos el barrio
es como echarla
de menos a ella,
solo que el barrio
puede caer
en la decadencia
y ella,
jamás nunca 
se lo ha permitido.

La "b" de barrio
coincide
con la "b"
del color
de sus flores favoritas.
Carros y carretas.
Da igual lo que la echen.
Ella tira
como una mula
tal y como
resisten
los comercios locales.
Comunotaria
es su apellido
igual que la esencia
de los barrios
obreros,
más periféricos
que integrados,
sustentando
la raíz
de todo
lo que proporciona
vida.

Ella es libre,
la primera
con mayúsculas
como su azotea
de cinco estrellas.
Si alguien 
es capaz
de levantarse
tras caer
por un barranco,
es ella.
Si alguien 
es capaz
de reinventarse
tras la decepción,
es ella.
Si alguien está
por encima del mal
de la muerte
y de l@s desacenturad@s, 
es ella.

La echo de menos
como cuando 
salgo del barrio
a tierras extrañas,
faltándome algo,
aunque solo sea un pedazo,
que me complete.
Por eso,
siempre que vuelve,
las aceras
huelen a casa
y las fachadas viejas
se lavan la cara
para la ocasión.
Porque cuando
toca verla,
mirarla 
te sabe a poco
y estás
en la obligación
de estrujarla
y exprimirla
hasta la próxima
ocasión
que propicie
el encuentro.

Ella es de barrio,
adoptada o nativa,
y por eso me gusta tanto.
Ella es el barrio
y por eso,
con su permiso,
me quedo a vivir
en el epicentro
de su plaza.

_A Marga_

domingo, 6 de septiembre de 2020

El enésimo primer día

 Empezamos
el enésimo primer día,
y lo hacemos,
cómo no,
madrugando a saco.
En este sentido,
nunca se nos 
dio bien esperar.

La emoción
de los comienzos
confronta
con las dudas
que todavía
no pueden
ser resueltas,
este curso
más si cabe.
Pero este año,
pese a la gravedad
de las circunstancias
me reincorporo
tranquilo,
colmado,
con la sensación
de volver a mi sitio
y con mi gente.
Incluso así,
no consigo
dejar atrás
la pena,
la culpa
y el sufrimiento.
Genéticamente
no estamos hechas
para las separaciones
sino para todo
lo contrario.

Vuelvo contento
porque me reencuentro
con "Mi 17 de julio",
porque estoy apunto
de conocer
a la nueva Pandilla
y porque estoy deseando
que corra el tiempo
para dejar sin tiempo
al virus.
Quiero estar y ser
liberado del miedo
al contagio
y las despedidas;
quiero ejercer de padre
preocupándome
solo
por los virus comunes;
quiero seguir
ensanchando
la amistad
sin que los abrazos
queden restringidos;
y quiero que nadie
esté en riesgo
excepto
los que quieran
estarlo
sin que nos acabe
salpicando.
Por último,
también quiero,
que mi abuela
se muera de vieja,
en casa
y con una sonrisa
mientras duerme.

Con estas
empiezo
mi enésimo
primer día,
septiembre.
La foto
solo es un recuerdo
de cómo los vivía antes,
los primero días.
Un anzuelo
para recordarte
que te cuido
y te quiero,
a ti,
a vosotras,
que leéis esto.