viernes, 1 de mayo de 2020

Los paseítos

Por fin vamos a poder
acompañar los paseítos
adecuadamente.
Se acabó eso 
de estar al otro
lado de la valla.
Nos hacía falta
"pasar" una pandemia
y dos meses 
de confinamiento.
La miseria adulta
de no verle 
las orejitas al lobo.

Tenemos la oportunidad
de resarcirnos
dando la mano
que en "situación
de normalidad"
estábamos deseando soltar.
Podremos contarles
a nuestr@s hij@s
cómo se llama el pájaro
que se nos cruza;
cuándo se le caen las hojas
a ese árbol que tienes
nada más salir de casa;
qué tipos de nubes
hay hoy en el cielo;
saludar a las vecinas
al pasar y detenerte
para descubrir
de qué color tienen los ojos.

Esta situación de emergencia
no es un regalo,
no son unas vacaciones,
no es quedarse en casa
y ya está.

Este drama lo ha cambiado todo.
Y tenemos/debemos
estar a la altura.
Empezando por los paseos.
Ya no vale llegar al parque
y desentenderse,
para empezar,
porque ya no hay 
parques que valgan.
Toca explorar,
investigar,
descubrir
a menos de un metro
del suelo
qué lugares
pueden ser jugados.
Pero no solo eso,
sino que además
toca identificar
dónde se puede compartir
aquella piedra
que ahora es 
un recurso más.
Proteger los hormigueros,
encontrar arena fina,
abastecerse de palos,
recoger frutos,
limpiar los desechos,
afrontar los pasos de cebra
como un puente colgante
descuajaringado,
mirar el reloj
y saborear el tiempo
que nos queda,
quitarle importancia
a los plásticos,
valorar los rayos del sol,
impregnarse de un
aire sin humos,
asear las manos
de vez en cuando,
alegrarse con el sonido
ambiente de l@s niñ@s
al gritar
porque se merecen
más que nadie
expulsar 
la emoción contenida
de su primer encarcelamiento.

Con mascarilla
o sin ella,
tenemos la obligación
de expandir la sonrisa
que tanto tiempo
llevábamos esperando
tod@s,
sin excepciones,
por muy hijos de puta
que seamos.

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