Hay momentos ahogados en cierta parte de la corteza cerebral. Un colpaso neuronal te impide desaprenderlos mientras la memoria te tortura sabedora de su certeza. Los impulsos te bloquean la intención de las redes configuradas para salir, siempre, derrotado. Los nervios se convierten en nervios desesperados con gotas de sudor y miedo que fluyen abocados a la soga del trastorno. Los recursos se gestionan, dicen, pero, ¿y las emociones? ¿por dónde nos las metemos?; yo por ejemplo me las trago sin saliva y las digiero al natural para que al expresarlas parezcan disparos premeditados directos a tus iris y tu ombligo con olor a parto y vida. Y nunca me acuerdo de olvidar el día que te regalé un cajón vacío para que te metieras dentro con una manta y cuidarte de noche para arroparte de día. Se mi vena gris de derechos adquiridos al conocerte y equilibra, arteria mía, las carencias que me hacen desmerecedor de una mujer que se construye sólo con tu nombre y tu lengua revolucionaria. Hazme sangre que riega tu mente y te haré el amor aunque te hagas la dormida.
Hay momentos que no pueden explicarse, pero porqué no contarlo.
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