Mira a su violín
de esa forma
en la que sólo se mira
a la persona que se ama.
Lo toca
como el que va a tocar
algo por última vez.
Desliza los dedos
por la madera
para erizar el pezón
de su mástil.
Le acompaña
en su movimiento
CLÁSICO.
Casi parecen
ser lo mismo.
Andares nunca vistos.
Su rostro serio,
se muere a carcajadas
por dentro
cuando suena su violín.
Siente el arpegio
y se viste de él.
Ambos te regalan Música
que de otra manera
jamás te pararías a escuchar,
y te das cuenta,
a partir de ese momento,
que te gustaría ser
el violín de alguien.
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