sábado, 29 de agosto de 2015

Hurto justificado

Desde por la mañana, cuando la camarera me dijo que tenía "cara de colacao", sabía que iba a ser un día extraño.

El caso es que estaba yo liándome un cigarro, y a lo lejos, una figura pequeña se acercaba mientras se hacía más grande. Acabo con firmeza el piti y el señor, que ahora estaba a escasos centímetros, me hace saber que no tiene tabaco. Intuyo que quiere uno, por lo que sin mediar palabra, procedo a preparar el segundo cigarro. Tenía una cara peculiar: una boca sin dientes, los ojos caídos, piel morena y con relieves y el pelo desaliñado; olía como huelen los sitios cerrados. Su vestimenta adivinaba el arte de la calle y los entresijos de las noches sin rumbo fijo. Me dice que prefiere pedir a robar, una reflexión que me da por pensar si hoy día, yo mismo estaría dispuesto a justificar cada acción que realizo. El joven señor que era más joven por dentro que por fuera prosigue:

- Bueno, sí que he robado. Cuando era pequeño y monaguillo, le quitaba al cura unas cuantas pesetas de la cesta del cura- dice alegremente.

- Je, je, je....bien hiciste en ese caso- aplaco.

Nos separamos sin despedirnos, solo con la mirada, no sin antes haberle dado el cigarro. Unos pasos más adelante, me di cuenta que no solo le había dado el último cigarro, si no que me había picado el mechero con una argucia tan magistralmente ejecutada, que desistí darme la vuelta para recuperarlo.

En resumen, le di mi último cigarro y no pude fumarme el que ya tenía porque me había robado el mechero..............lo que no sabía él, es que le robé la primera sonrisa que recibí en el día.

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