Estás hablando
y piensas
en las mil
cosas
que le harías
pasando
por una sesión
de cosquillas
a peinar
su melena
durante horas.
Se da la vuelta
entretenidamente
preciosa
y te das cuenta
que es tu momento.
Al voltearse
la asustas
gritando
¡Cucúúúúúú!
y ella grita
sobresaltada
mezclada
y divertida
entre
sonrisas
y pánico.
Nos reímos
sincronizadas
sin poder
mediar
palabra,
como la
carcajada
de un niño
que contagia
la felicidad
inesperada
de un momento
aleatorio.
Y no puedes
parar de
hacerlo
con los ojos
achinados
y la tripa
dura y
cómica.
Saboreas
el susto
de los cuerpos
tensos
y la risa
incontrolable.
El tono va
bajando
poco a poco
recuperando
el aire
que nos
hace falta
para cometar
la jugada,
mirarnos,
y continuar
preparando
la cena.
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