Uno de los hombres
dibuja con su dedo
a partir del vaho
del cristal.
El otro hombre
observa divertido
cómo va creando
una curva con caída
con los extremos
para arriba.
A continuación
aparecen dos circulitos
casi perfectos,
algo distanciados
en la parte superior.
El que está dibujando
se ríe por dentro
sin temblarle
los músculos.
Sigue con las orejas,
el pelo y la nariz.
El resto contemplamos
atónitos y envidiosos
a los dos hombres,
más niños que adultos,
divagando inocentes
con sus emociones.
Al terminar el lienzo,
se puede inferir
un monigote sonriente
con todos sus gestos
preparado para ser feliz.
Bajaron del autobús
silenciosos,
con paso decidido
dejando atrás
su obra de arte
incrustada
para el goce
de los aleatorios
viajeros que
subirían y bajarían
de aquel vehículo
improvisado.
Sabíamos,
que aquellos hombres,
los pintores,
se atrevieron
a empezar el día
con el pie derecho.
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