La niña se esconde tras de mí al ver acercarse a la "abrazadora" solemne a por ella. Se podía inferir su buena fe del cariño al contacto entre iguales. La "abrazadora", con intenciones poco generosas ocultas, descubre a la niña tras de mí y surge el conflicto. La "escondida" se justifica por los miedos desagradables que provocan dolor. Zanjado el asunto, resulta ser un caso grave: a la "escondida" no le gusta que la "abrazadora" cada vez que la ve, salte como una fiera a darla un abrazo. Le propongo que se lo haga saber y la niña me mira como se miran las cosas lejanas y extrañas.
¿Por qué nos cuesta tanto expresar las cosas que no nos gustan?, ¿por miedo a la confrontación?, ¿acaso tenemos que aguantar lo inaguantable para parecer personas correctas y educadas?, ¿creemos moldearnos a nuestro antojo o somos el resultado del molde?.
Basta ya de tanto miedo indirecto que trasciende al ser único y pone en marcha la agresividad colectiva de l@s que se creen con carta blanca para opinar de todo y contra todo, sin juicio ni perjuicio homologados en continua desestructuración de lo que supone el imaginario universal de una vida que se arrastra de rodillas.
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