-Ya te llegará hijo- me dice mi abuela, al mismo tiempo que le pone una vela a San Antonio pidiéndole
clemencia en estos intempestivos años.
Mira que le tengo dicho que por mí no pida, que con las hernias que me producen tengo ya suficiente calor interno. El caso es que le nace de su buena voluntad y del veneno que lleva filtrando 80 años de este país, pero no hay manera chico, el poso está y el poso perdura.
Casi sufre más que yo y eso sí que no se lo perdono a nadie; yo soy más de dictaminar y de ejecutar...y lo que quiera ejecutar es cosa mía.
Me cuenta que se casó con 22 años con el abuelo (perdido en algún cielo recóndito según ella); que no tuvieron Luna de Miel porque a los dos días de la unión, tuvo que reincorporarse al trabajo maderero para ganar a la semana 900 pesetas.
-¡Pero si eso son aproximadamente 6 euros!- le digo a mi abuela sorprendido. Con arrugas en la voz me dice que eso también era miseria, otro tipo quizá, pero miseria. Me dice que su madre Carmen y su suegra Anastasia le enseñaron a cocinar, que ella no sabía nada para lo que sabemos hoy en día (en realidad lo que no sabe es que no sabemos tanto como creemos saber). Que le acompañaron la primera vez a la tienda de ultramarinos (no había monstruosos grandes almacenes) para explicarle cómo se compraba un kilo de sal, azúcar y judías. Más tarde, prosigue, cuando nació mi padre, era ella quien caminaba kilómetros para cruzar la vía del tren para llegar a la casquería sin la necesidad de supervisión, apoyo o intervención de sus mayores.
Siempre con los ojos llorosos, mi abuela me cuenta historias como esta cuando voy a verla y a robarla algún café. Con 26 años que tengo, desde los diez, "religiosamente" me proporciona "la paga de los Domingos", antes 5 euros y ahora con la mayoría de edad diez. Del mismo modo trata al resto de sus niet@s.
En fin, una historia más de entre miles, para encontrar la felicidad en un país en la que cualquier época ha sido mala y seguirá así hasta que las abuelas obtengan el reconocimiento que se merecen sin lágrimas en los ojos.
-Hijo, ya verás como pronto sale algo- es lo último que me dice...
-No te preocupes abuela, no me resignaré a las antiguas y actuales miserias- le digo dándole un beso en su mejilla ambivalente...
Siempre con los ojos llorosos, mi abuela me cuenta historias como esta cuando voy a verla y a robarla algún café. Con 26 años que tengo, desde los diez, "religiosamente" me proporciona "la paga de los Domingos", antes 5 euros y ahora con la mayoría de edad diez. Del mismo modo trata al resto de sus niet@s.
En fin, una historia más de entre miles, para encontrar la felicidad en un país en la que cualquier época ha sido mala y seguirá así hasta que las abuelas obtengan el reconocimiento que se merecen sin lágrimas en los ojos.
-Hijo, ya verás como pronto sale algo- es lo último que me dice...
-No te preocupes abuela, no me resignaré a las antiguas y actuales miserias- le digo dándole un beso en su mejilla ambivalente...
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