miércoles, 24 de septiembre de 2014

Otro tipo, quizá, pero miseria

-Ya te llegará hijo- me dice mi abuela, al mismo tiempo que le pone una vela a San Antonio pidiéndole
clemencia en estos intempestivos años.


Mira que le tengo dicho que por mí no pida, que con las hernias que me producen tengo ya suficiente calor interno. El caso es que le nace de su buena voluntad y del veneno que lleva filtrando 80 años de este país, pero no hay manera chico, el poso está y el poso perdura.

Casi sufre más que yo y eso sí que no se lo perdono a nadie; yo soy más de dictaminar y de ejecutar...y lo que quiera ejecutar es cosa mía.

Me cuenta que se casó con 22 años con el abuelo (perdido en algún cielo recóndito según ella); que no tuvieron Luna de Miel porque a los dos días de la unión, tuvo que reincorporarse al trabajo maderero para ganar a la semana 900 pesetas.

-¡Pero si eso son aproximadamente 6 euros!- le digo a mi abuela sorprendido. Con arrugas en la voz me dice que eso también era miseria, otro tipo quizá, pero miseria. Me dice que su madre Carmen y su suegra Anastasia le enseñaron a cocinar, que ella no sabía nada para lo que sabemos hoy en día (en realidad lo que no sabe es que no sabemos tanto como creemos saber). Que le acompañaron la primera vez a la tienda de ultramarinos (no había monstruosos grandes almacenes) para explicarle cómo se compraba un kilo de sal, azúcar y judías. Más tarde, prosigue, cuando nació mi padre, era ella quien caminaba kilómetros para cruzar la vía del tren para llegar a la casquería sin la necesidad de supervisión, apoyo o intervención de sus mayores.

Siempre con los ojos llorosos, mi abuela me cuenta historias como esta cuando voy a verla y a robarla algún café. Con 26 años que tengo, desde los diez, "religiosamente" me proporciona "la paga de los Domingos", antes 5 euros y ahora con la mayoría de edad diez. Del mismo modo trata al resto de sus niet@s.

En fin, una historia más de entre miles, para encontrar la felicidad en un país en la que cualquier época ha sido mala y seguirá así hasta que las abuelas obtengan el reconocimiento que se merecen sin lágrimas en los ojos.

-Hijo, ya verás como pronto sale algo- es lo último que me dice...
-No te preocupes abuela, no me resignaré a las antiguas y actuales miserias- le digo dándole un beso en su mejilla ambivalente...

martes, 23 de septiembre de 2014

Cuando acabas un libro

Me siento como cuando acabas un libro
con ganas de más o segundas partes
y al mismo tiempo con ansias de cosas nuevas.


Hoy he conocido a una persona muy especial. Me ha estrechado la mano fija con mirada suelta.

Lo que más le gusta del mundo es pasear; no deja reposar las escaleras mecánicas subiéndolas y bajándolas como si no hubiera fin ni nadie que le acompañase. Sufre cambios de ritmo repentinos sin importarle tocar a la gente aunque me he dado cuenta de que siempre es selectivo. El no mira por encima del hombro aunque sea el más alto, pero si detiene su interés en aquello que le llama la atención. Es un gran observador, como los ornitólogos.

Me cuenta curiosidades tales como:
  • La estación de metro de Madrid a más profundidad, es la de Cuatro Caminos, a 100 metros bajo el suelo, con 6 tramos de escalera, casi pudiendo rozar el núcleo terrestre (más tarde reconoció haber exagerado un poco).
  • También, que la calle más corta del mundo pega con su instituto y que además tiene nombre como de científico y planta al mismo tiempo (Calle Botánico Mutis). Más tarde también dijo que a lo mejor la calle de arriba es la misma, pero no seré yo quién lo compruebe porque la idea de qué de verdad lo sea, me hace diferente.
  • Por último me explica, que si eres coleccionista de monedas, veré en 2015 la cara de Felipe VI en las monedas y que las anteriores, si son de un euro, alcanzarán un valor doble (y yo pensando: joder con los putos borbones...)

En fin, que recorriendo hoy el metro, los andenes parecían colores y sus pasajeros, susceptibles de ser aprendidos.

-Puedes retirarte- me dice al despedirse.

Por cierto, hoy justo,
he acabado un libro.

jueves, 11 de septiembre de 2014

"Zurdo siniestro"

Desde muy jovencito quiser ser ZURDO;
una sensación parecida como al que quiere
ser astronauta, conserje o colchonero.
Mi ventaja es que con práctica
podía conseguirlo.

Estoy convencido de que 
las personas zurdas
tienen una sensibilidad especial
además de técnicas manipulativas 
más avanzadas.

Esta idea quizá me violara
cuando mi Tito Miguel
(también Vacas)
me contó que en una época
aún más oscura que esta,
l@s zurd@s eran considerad@s
pecado, 
casi demonios
en relación a la guerra ideológica
(entre otras)
que se estaba librando.

A mi Tito le obligaron a ESCRIBIR
con su mano genéticamente 
no diseñada para tal tarea.
En aquel momento no le dio importancia
pero,
a lo largo de su vida
se ha dedicado a dar ganchos de izquierda
a l@s diestr@s injust@s.

Ser zurd@
me parece una buena noticia.

Me imagino al zurd@
climatizando pieles
y escribiendo en cursiva
mientras come de la tinta
al deslizarse por el papel.

Desde entonces,
fijaros la tontería,
mi inclinación vital
vira hacia la izquierda.

Toco más con mi mano izquierda.
Suelo besar, solo, en el Carrillo izquierdo.
Miro desde una posición
más situada al Oeste...o Este,
según cómo se mire.
Y hasta me masturbo más
con la mano"inválida".

También procuro subir
el primer escalón
con el pie izquierdo...
y bajar el último.
Abrir, empujar, tirar
de las puertas con zurda fuerza,
y hasta procuro comer la sopa
con la mano "mala"
para que le salpique
y se joda la "buena".

Me invento un nuevo tipo de
trastorno obsesivo compulsivo
porque hay quien dice
que nadie se libra
de la enfermedad mental
sea cual sea su diagnóstico.

Ya está, lo quería contar.
Mis rituales son míos
y por eso llevan mi nombre.

Si os fijáis, 
hay cosas que no llegamos a comprender...
pero que al menos,
no se desvanezca el intento.