marcan el Norte,
así que cada verano,
cada vez más infernales,
orientamos nuestras actitudes
hacia donde se pone el sol
para que solo nos de
a última hora del día,
cuando ya se siente
suave y amable.
El primer viaje
en la Marianeta,
yendo en primera clase
en la parte de atrás
con dos cachorr@s
y un manspreading
que no molesta a nadie.
Mientras tanto,
en la parte de alante,
una cápsula del tiempo
que se hace sin rechistar
más de 2000 kilómetros
y un puñado de enclaves.
Todas nos adaptamos
lo mejor que sabemos
y podemos,
para ajustar nuestras
intervenciones
al núcleo al que nos debemos.
Sin presiones
ni conspiraciones,
con las nubes de Foz
y las brisas variables
de las playas de Rapadoira
y de Llas.
Metemos los pies tímidos
en las aguas frías del Atlántico,
las mismas que necesitarían
los bosques de España
que se están quemando.
Somos de izquierdas,
pero claro que nos vamos
de vacaciones,
solo faltaría que el facherío
imperante decidiera
por nosotras.
No hemos visto
señoros con corbata,
solo un regimiento de gaviotas
y conchas
custodiando las puertas del mar.
Hemos construido castillos,
nos hemos enterrado
en las profundidades
y nos hemos bañado
a sabiendas de que
no había monstruos marinos.
Paseítos por los acantilados,
helados artesanos de tarde
y paradas obligatorias
en parques costeros.
Si se cansaba,
se subía a la barra del carro
con la condición
de hacer reír a su hermana,
hasta que nos dimos cuenta
que para él
no era ninguna exigencia,
sino un acto espontáneo
que regalaba altruista.
Fuimos felices hasta
en las madrugadas en vela,
cuando más se escuchaba
el mar y a las gaviotas jugando.
Eclipsamos la Basílica de
San Martiño de Mondoñedo,
la iglesia considerada
más antigua de España;
nos convertimos en atuner@s
en Burela mientras
hacías amig@s
en medio de la guía;
coronamos el mirador de
Do Castelo
subidos a un columpio
buscando la utopía;
no conseguimos una foto
a solas en Las Catedrales,
pero fuimos descalzas
para intentar sentir
del mismo modo;
nos sacamos el título
de Molinero en Monzonovo,
recordamos viejos sueños
en Taramundi
y nos pedimos
unos huevos fritos con patatas
en As Veigas,
el pueblito más bonito
de todos los que visitamos;
nos imaginamos en Rinlo
la vida de los pescadores
y pensamos
que ojalá más pescadoras;
y en Ribadeo vimos
el producto de las grandes
fortunas que se hicieron
en las Américas,
seguramente
de manera ilegítima,
pero nos quedamos
con su biblioteca municipal,
su tirolina gigante
y con aquel ascensor
que nos salvó de la cuesta.
Foz y sus temperaturas suaves,
casi equiparadas
sus máximas y sus mínimas,
donde encontramos
el alivio y el respiro
que no encontramos en Madrid;
una ciudad cada vez
menos nuestra,
cos escasos árboles
y con permisos terraciles
para las cañas.
Fijaros lo que me acordé
de las cañas
que solo me tomé
una cerveza en esa semana.
Estaba ocupado
en mis cachorr@s,
en mi persona favorita
del mundo mundial
y en la lista de recuerdos
que empezábamos a redactar
siendo cuatro.
Le debemos tanto a Galicia
como la pedagogía
se debe a la infancia.
La Tierra Prometida
de la actualidad.
El rincón perfecto
para criar a nuestr@s hij@s en verano
y un lugar donde quedarse a vivir
y a morir si quieres.
Volveremos todos los años
que podamos
en detrimento
de nuestra ciudad asfaltada
salida del averno.
Así que gracias
por acogernos
sin prejuicios,
por los cuidados
y por tu firme convicción
de seguir motivando
nuestra huída.
_A mi familia
y a nuestra primera balada
las cuatro juntas_